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Pánico.

Esa fue mi emoción al darme cuenta una vez cerrada la puerta de mi habitación de que no tenía ni la más mínima idea de a qué tipo de restaurante me iba a llevar Malfoy.

No es que no hubiera tenido tiempo para preguntarle, pero era estúpida. Había obviado por completo el problema de no saber qué tipo de ropa ponerme y, aunque no parezca algo grave, sentía que el mundo se me venía encima mientras rebuscaba en mi armario.

Por un lado me preguntaba qué tipo de vestimenta sería la ideal para el sitio al que íbamos a ir, no queriendo desencajar, pero pronto empezó a sonar una vocecita en mi cabeza que me recordaba que esta sería la primera vez que Malfoy me vería con otra ropa que no fuera mi simple atuendo de trabajo así que era la ocasión perfecta para lucirme. Aunque tampoco sabía exactamente por qué mi subconsciente buscaba su aprobación.

Y no es que pudiera presumir de tener un vestuario digno de una modelo, precisamente.

Finalmente opté por un vestido corto de terciopelo color frambuesa que era formal y desenfadado a partes iguales, perfecto para una ocasión en la que no tenía contexto alguno del sitio que sería pudiendo ser oportuno tanto para el mejor restaurante de Londres digno del estatus de Malfoy como un zulo a mi altura.

Una vez me hube arreglado un poco más debido a las insistencias de mi conciencia a la que parecía urgirle que me viera como una diosa para el hombre que me estaba esperando (por alguna razón que me pondría a reflexionar más tarde), por fin salí dejando atrás un tornado de prendas de vestir por todos lados. Pero había merecido la pena tan solo por la reacción de Malfoy, quien me miró de arriba abajo sin reparo ninguno.

—Ya estoy lista —indiqué con orgullo—. ¿Nos vamos, entonces?

—Sí, sí... —dijo, estirando levemente el cuello alto de su jersey negro.

Como no era buena idea aparecernos a pleno anochecer en Londres, fuimos dando un paseo tranquilamente mientras charlábamos. Una vez fuera del Callejón Diagón, pasando por el Caldero Chorreante, no tardamos mucho más de siete minutos en llegar a una calle secundaria de la avenida principal. Esta, en contraste con la zona comercial mágica que estaba prácticamente desértica, acogía a un montón de muggles que parecían haber salido a celebrar el fin de semana y las vacaciones. 

Por segunda vez me sorprendía que Malfoy me llevara a un establecimiento muggle pero cuando llegamos y pude verlo entendí perfectamente por qué daba igual que no fuera mágico.

Era un restaurante italiano no muy abarrotado de gente, con una ténue luz y música en segundo plano que creaban un espacio muy íntimo. Absolutamente todas las personas que ocupaban las mesas parecían tener un poder adquisitivo muy alto y el aspecto de los platos que habían escogido no quedaban atrás. Marisco, pasta, carne... era el paraíso de la gula.

Pero sin lugar a dudas el interior, pese a ser refinado, no tenía nada que envidiarle al patio floral donde nos esperaba una mesa libre. Una vez sentados, observé todo mi alrededor iluminado con guirnaldas de luces agradeciendo que fuera primavera para poder ver las coloridas flores posadas sobre los árboles. Aunque más agradecida estaba por las estufas de gas que me evitarían congelarme de frío.

—Este sitio es precioso —dije, sintiéndome como si estuviera en una película—. ¿Ya lo conocías?

—He venido un par de veces más, sí —contestó, haciendo una pausa justo en el momento en el cual nos trajeron el menú para darle las gracias al camarero por atendernos tan rápido—. La comida está increíble, te va a encantar.

Lo que no me encantó mucho fueron los precios. Nada más entrar ya lo había visto venir pero no había forma de que me pudiera permitir algo más que una ensalada.

Daddy Issues❞ Draco MalfoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora