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Si alguien se molestara en buscar en un diccionario qué significa la expresión "tener cara de pocos amigos" estoy segura de que saldría el rostro del señor Mulpepper aquella noche. Era obvio que intentaba camuflar que estaba enojado pero no le estaba surgiendo efecto alguno.

Aunque no podía juzgarlo en absoluto, pues yo tampoco conseguía aparentar que no me estaba haciendo gracia la situación.

El señor Mulpepper había reservado una mesa en el nuevo restaurante que había abierto hacía unas pocas semanas en el Callejón Diagon. No era un sitio muy lujoso ni exclusivo, pero al ser novedoso era la última moda en el Mundo Mágico en aquel momento así que no me extrañó en absoluto que estuviera a rebosar incluso siendo un día de diario. De hecho, seguramente Mulpepper había estado sujetándose a ese clavo ardiendo durante el camino con la esperanza de que su reserva para tres, al estar el local lleno, no pudiera ampliarse a cuatro en un último momento pero para su desgracia no hubo ningún problema.

—Qué bien, al final vamos a poder cenar los cuatro —dijo Miles con una sonrisa, completamente ajeno a la situación. Mulpepper se había pasado todo el trayecto advirtiendo a Draco que seguramente se quedaría fuera—. Tenía ganas de venir a este restaurante, pero no sé qué tipo de comida sirven.

Tal y como si las palabras de Miles hubieran accionado un interruptor, dos pares de cartas con la comida aparecieron en una nube de humo morado ante nuestras narices, permaneciendo a pocos centímetros sobre el mantel levitando para que pudiésemos leerlas. 

Mientras analizaba de arriba abajo el menú sin saber qué pedirme pues no era muy experta en cocina mágica, pude darme cuenta de cómo Mulpepper parecía encogerse sobre sí mismo en su asiento con el rostro cada vez más pegado a la carta. Dada su actitud de mirar hacia todos lados desde que abandonamos el boticario, me imaginaba que quería pasar lo más desapercibido que pudiera al estar en compañía de Draco.

La comunidad Mágica era muy pequeña y Mulpepper no quería que por nada del mundo le relacionaran con él.

Era un hecho que Draco no tenía buena fama y ya me había imaginado que esa era una de las razones de por qué siempre que salía con él me llevaba a sitios muggles, pero no tenía ni idea de hasta qué punto podía llegar esto hasta hoy, cuando pude notar claramente como el ambiente se tensaba entre los presentes cuando entramos al local.

—¿Tú qué vas a pedir, Chloé? —me preguntó Draco, posando su mano en mi muslo.

Abrí los ojos como platos ante su tacto, cruzándome de piernas para zafarme de él mientras rezaba en mis adentros para que Mulpepper no lo hubiera visto. 

—Pues... no lo sé —admití, simulando normalidad—, los huevos benedict de Ashwinder suenan bien. 

—Pide lo que tú quieras —dijo, sonriente aunque visiblemente un poco traspuesto por haber evitado su contacto físico.

En ese momento, y probablemente la única vez en mi historia, sentí empatía por Mulpepper. Ambos nos estábamos escondiendo de cualquier relación con Draco pero, al contrario que él, yo no lo hacía por mi propio interés.

No pasó mucho tiempo hasta que un elfo doméstico vino a preguntarnos qué íbamos a pedir y mucho menos tiempo hasta que nos sirvieron los platos. Lo cierto es que tanto el aspecto como el rico olor de la comida le hacía perfecta justicia a su sabor, pues estaba bastante bueno pese a que yo no estaba muy acostumbrada a la gastronomía mágica. 

—¡Qué bien se ve tu plato, Miles! —exclamó Mulpepper, con la boca llena del plato más caro de todo el menú. Este le había preguntado repetidas veces a Draco si efectivamente iba a ser él quien cubriera el costo de la cena y, al decirle que sí, se animó a despilfarrar—. ¿Me dejas probar un poco?

Daddy Issues❞ Draco MalfoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora