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Nunca llegué a ser una estudiante ejemplar en Hogwarts y temo que por eso mismo ahora mi vida se resuma en ir del trabajo a casa día tras día.

No les he seguido mucho la pista a mis compañeros que se graduaron conmigo, pero rápidamente se me vienen unos cuantos nombres a la mente que podrían sustituir perfectamente a la Ministra de Magia actual en unos cuantos años.

Espero que para entonces yo no siga trabajando como una simple dependienta en una tienda cuya variedad de hieras es tan inmensa que cuando termina mi jornada laboral sigo sin olfato durante un par de horas extra.

La única satisfacción que sentía últimamente era llegar a casa tras un largo día en el que no hiciera falta tener que entrar a la habitación donde guardábamos los insectos entre otras cosas asquerosas y viscosas. Eso para mí era todo un éxito, honestamente, aunque empezaba a darme cuenta que igual mi repulsión por esas cosas eran la razón por la cual nunca llegué a obtener buena nota por parte del profesor Slughorn.

Era irónico que entonces, habiendo conseguido tan sólo un Aceptable en el TIMO de Pociones sin posibilidad a presentarme al ÉXTASIS, ahora trabajara en un boticario.

Pronto me di cuenta de que la demanda de ingredientes para pociones, pese a mi desinterés en esta materia, era bastante más alta de lo que yo pensaba. Cada día entraban muchísimos pedidos por lechuza pero las veces que se abría la puerta de la tienda eran escasas y casi siempre se encargaba el señor Mulpepper de atender a los clientes, por lo que mi puesto de dependienta quedaba en duda.

No es que me quejara de la ayuda de mi jefe sino que incluso me beneficiaba pues cuando me encontraba yo sola en la tienda todo el trabajo lo tenía que hacer yo, aunque habían días más ajetreados y otros más tranquilos donde permanecía contando motas de polvo detrás del mostrador disfrutando del silencio que en ocasiones era interrumpido por la campanita de la puerta, como aquel día donde una cara conocida apareció a través del umbral.

—Buenas tardes —dije, a un hombre alto y rubio con atuendo formal que reconocí como el señor Malfoy—, ¿en qué le puedo ayudar?

El señor Mulpepper ya me había dejado claro que Malfoy era su cliente más especial, así que como tal debía recibir un trato predilecto. De todas formas, aunque no hubiera recibido indicaciones, se notaba a la legua que Malfoy tenía dinero a juzgar por la calidad de las túnicas que había visto hasta ahora. 

Probablemente habían más características que indicaban su estatus económico pero su aspecto era tan atractivo como intimidante a partes iguales, lo que hacía que me costara horrores mantener el contacto visual. 

—¿Tenéis redomas de cristal? —preguntó, con una mirada tan penetrante que me hizo sentirme atrapada—. Mi hijo me envió una lechuza esta mañana diciéndome que las suyas se rompieron.

—Pues... no estoy segura. Déjeme mirar, con permiso.

Al dirigirme al almacén aún seguía notando una presión encima y no pude descifrar si era por los ojos de Malfoy o la voz en mi cabeza del señor Mulpepper insultándome por no saber al instante si teníamos las dichosas redomas o no para no hacer esperar a Malfoy. Lo peor fue cuando, obviamente, me tuve que volver con las manos vacías porque estábamos especializados en ingredientes para pociones no en vidriería.

—¿No hay?

—Me temo que no —respondí, con una mueca—. De todas formas, estoy segura de que encontrará lo que necesita en la Tienda de Calderos de Potage.

—Me lo imaginaba —asintió—. Aún así, gracias.

Pese a que no tenía la culpa de que no tuviéramos material o artilugios para pociones, la presión que me había puesto el señor Mulpepper especialmente sobre Malfoy para tratarlo como la realeza hizo que me sintiera una fracasada en mi trabajo, por lo que intenté salvar la situación de cualquier manera:

—Su hijo es Scorpius, ¿verdad? —dije atropelladamente, antes de que girara sobre sus talones para abandonar la tienda.

—Sí —contestó, un tanto extrañado e interrogante—, ¿lo conoces?

Asentí con la cabeza en respuesta.

—Me gradué este verano y, aunque no estábamos en la misma casa, tuvimos la oportunidad de coincidir algunas veces. Ahora... —Miré hacia el techo, pensativa— habrá pasado a cuarto curso, ¿verdad? Es muy buen chico, pese a los rum...

Me callé inmediatamente, siendo consciente de la metedura de pata que acababa de cometer. Estaba segura que a Malfoy no le hacían mucha gracia los rumores que rondaban en el Mundo Mágico de que el padre de su hijo era realmente Lord Voldemort.

—No te preocupes, estoy acostumbrado —expresó con resignación, quise por segunda vez solventar mi metedura de pata pero se adelantó—: Aunque nunca había escuchado a alguien hablar bien de él.

—¿En serio? ¡Con lo agradable que es Scorpius!

—Ya, lo sé —dijo orgulloso, con una sonrisa en el rostro que quebró por completo su físico frío—. Perdona pero, ¿cómo te llamabas?

—Chloé Burette. Pero puede llamarme Chloé solamente.

—Bien pues, Chloé, iré a la tienda de calderos. 

—¡Tenga una buena tarde! —exclame, recibiendo un movimiento de cabeza por su parte como despedida antes de perderse por el Callejón Diagón.

En cuanto lo perdí de vista dejé escapar la bocanada de aire más larga de mi vida, aunque pasados unos cuantos segundos me sentí ridícula por haber actuado de manera tan nerviosa pero aún no estaba acostumbrada a trabajar cara al público.



Daddy Issues❞ Draco MalfoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora