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Aquellas vacaciones en la mansión Malfoy estaban siendo un auténtico respiro de aire fresco en mi vida, aunque era consciente de que en cuanto la semana terminara debía volver a casa de mis padres y seguir buscando trabajo. Aunque lo cierto es que la mayor parte del tiempo lo pasábamos en la casa, así que aprovechaba para ojear las ofertas de empleo de El Profeta, pero un sentimiento de ensueño me envolvía y no me lo tomaba tan en serio: casi me daba la sensación de que vivía en aquel lugar pese a que no tendría el dinero ni en mil vidas para permitírmelo. 

Esa ilusión a veces incluso iba más allá y me encontraba a mí misma pensando que éramos una familia Draco, Scorpius y yo. Pero era una tontería. Estaba enamorada de Draco, no obstante, apenas llevábamos unos pocos meses saliendo y mi diferencia de edad con Scorpius era mucho más cercana que con él. ¿Cómo íbamos a ser una familia así? 

Yo no era su madre, ni la persona a la que Draco le había prometido amor eterno en el altar. 

Era una impostora.

Los jardines de aquel palacete se convirtieron con rapidez en mi lugar favorito, ahí nada era propiedad de nadie y no me hacía sentir fuera de lugar. La única dueña de esos arbustos y abetos era la naturaleza que gentilmente me acogía como una más y me dejaba pensar y meditar tanto tiempo como quisiera, sin darme prisa. Sin embargo, el tiempo allí corría de igual manera, los días pasaban y pronto me tendría que despedir y buscar esa experiencia de calma en el minúsculo jardín de mis padres delimitado por gruesos y altos muros de ladrillo que lo separaba del patio de atrás del vecino. Un lugar que me había visto crecer y que, por eso mismo, me juzgaba a sabiendas de que no había conseguido ninguna de las metas que me había establecido en mi niñez.

Todos esos sentimientos no los exteriorizaba, no merecía la pena. Debía sentirme agradecida por el increíble trato que me daba Draco y lo cierto es que lo estaba, pero una cosa no quitaba la otra.

—Te dije que deshacer la maleta no hacía falta, ¿lo ves? —dije volviendo del cuarto de baño, para seguidamente agacharme frente a mi equipaje y acomodar mi neceser de higiene personal—. Esto era lo último.

—Te hice espacio en el armario, en el cajón de la mesita junto a la cama, en el baño... —enumeró Draco, resignado.

—Pues me temo que lo hiciste para nada —contesté, sentándome junto a él en la orilla de la cama y dándole un corto beso en los labios. 

Draco negó con la cabeza y chasqueó su lengua.

—Lo dejaré así hasta que accedas a vivir conmigo.

Noté como algo se desplomaba en mi estómago e intenté disimularlo apoyando mi rostro en su hombro. Ya había dado muchas señales durante esa semana para que me quedara a vivir allí, pero todas y cada una de las veces hice como si no lo escuchara. No obstante, esta vez había sido tan claro y directo que, tras permanecer unos segundos eternos en silencio, no vi ninguna salida:

—Sabes que no puedo hacer eso, Draco —me pronuncié finalmente con un hilo de voz.

El rubio hizo un movimiento que me obligó a despegarme de él y mirarlo. Tenía en la expresión una mezcla de preocupación y seriedad bastante intimidatoria.

—Eso me dijiste la última vez, y sigo sin entenderlo. 

—¿Qué no entiendes? —pregunté, intentando ganar tiempo.

Draco frunció el ceño, intentando encontrar una respuesta con tantas ganas que por poco fui capaz de ver humo saliendo de su cerebro. 

—No entiendo... No entiendo por qué no quieres quedarte. —Tomó mis frías manos entre las suyas como muestra de afecto—. A Scorpius le caes bien y a mí me harías el hombre más feliz del mundo si te viera todas las mañanas aquí —Hizo un ademán con su cabeza, señalando el lugar donde estábamos— en esta cama. No te haría falta trabajar y tendrías tiempo libre para hacer lo que quieras. 

Daddy Issues❞ Draco MalfoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora