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Iba a cumplir tres meses trabajando para el señor Mulpepper y lo iba a celebrar, irónicamente, no trabajando para él.

Por contrato me correspondía una semana de vacaciones cada cierto tiempo, coincidiendo en esta ocasión con Pascuas por lo que aprovecharía esos días para ir a casa de mis padres pues ellos tampoco trabajarían. 

Estaba tan entusiasmada que me palpitaba el corazón con locura solo de pensar en dormir en una cama que no chirriara sin ni siquiera moverme. 

En contraste, el último día de trabajo fue inmensamente aburrido. Estaba yo sola en la tienda y no se asomó ni un alma por la puerta, aunque sí tuve que atender un par de lechuzas con recados urgentes de alquimistas que no se habían percatado de que estaríamos nueve días cerrados. También, curiosamente, el profesor Longbottom se había enterado de que era la dependienta de la tienda y me dedicó una línea en su pedido de semillas mandándome recuerdos para las fiestas.

Junto a McGonagall había sido mi profesor favorito, así que ese gesto me enterneció durante el resto del día.

Pese a la monotonía, las horas parecían haber pasado mucho más rápido de lo habitual llegando incluso a sobresaltarme cuando sonó la campanita de la entrada y vi a Malfoy.

—¿Ya es la hora de cerrar? —pregunté para mí misma en un murmullo, volteándome para ver el reloj junto a la estantería.

—Si no lo sabes tú que eres la que trabaja aquí... —dijo, deteniéndose en el marco de la puerta leyendo el cartel que habíamos colocado—. ¿Vacaciones?

—Cerramos hasta el lunes que viene, sí. Es tu última oportunidad para comprar si necesitas algo.

Malfoy se acarició la barbilla, pensativo. 

—Venía a por sangre de salamandra, pero ahora que lo dices voy escaso de babosas cornudas.

Mi cara actuó sola, esbozando una mueca de asco ante la mención de las babosas. Lo bueno de que Malfoy fuera mi cliente más habitual es que podía darme el lujo de expresarme más abiertamente.

—¿En unidades o en frasco? —dije, cruzando los dedos para que pidiera la segunda opción.

—Dos frascos, si puedes.

Suspiré aliviada tras superar el desafío de tener que coger las escurridizas y asquerosas babosas con las pinzas de una en una. Lo que peor llevaba de mi trabajo era, sin lugar a duda, tratar con los seres vivos repulsivos que teníamos en la trastienda. 

Le pedí que me esperara un momento pues no me demoraría mucho y fui a buscar lo que me había indicado, aún así sintiendo repulsión por muy cerrados y herméticos que se vieran los botes de cristal. Una vez los dejé sobre el mostrador solté todo el aire que sin querer había acumulado en mis pulmones.

—Aquí lo tienes —indiqué, limpiándome por inercia las manos en un paño que tenía cerca y usaba para limpiar—. Cada frasco son diez galeones y la sangre de salamandra son cuatro galeones y trece sickles.

Malfoy hizo denotar su frecuencia en la tienda ya teniendo preparado el dinero antes de que se lo dijera, tendiéndolo para que pudiera guardarlo a buen recaudo.

—¿Y qué harás esta semana?

—Voy a ir a casa de mis padres en Bristol —contesté, metiendo todo su pedido en una bolsa de papel para que pudiera llevárselo cómodamente—. ¿Scorpius se quedará en Hogwarts?

—No, mañana le recogeré en King's Cross —dijo, sonriente.

—Tienes que estar contento, ¿no?

Malfoy asintió, sus ojos radiando un destello de entusiasmo que podría conmover a la persona más miserable del mundo.

—Bastante. Le echo muchísimo de menos —insistió—. ¿Y tú cuándo te irás?

—Mañana, también. Mi madre tiene la extraña manía de que no me Aparezca de noche, lo cual no tiene ningún sentido pero creo que mi padre no quiere explicárselo.

—Es irrelevante.

—Lo sé —dije, haciendo que los dos nos riéramos. 

Si algo podía caracterizar a mi madre era su tozudez, siendo completamente imposible el hacerle cambiar de opinión en cualquier aspecto. Había muchas cosas del Mundo Mágico que se les escapaba, pero pocos eran lo suficientemente valientes para corregirla. Ni el mismo Harry Potter podría ser capaz de enfrentarse a algo así.

—Entonces, ¿tienes algún plan ahora o te apetece hacer algo? —sugirió—. Hay un restaurante aquí cerca, no muy lejos de Trafalgar Square, al que podríamos ir. Si estás libre, obviamente.

—Depende. ¿De qué restaurante se trata? —Antes de que siquiera despegara los labios bajé la mirada, echando un vistazo a mi ropa casual llena de polvo y manchas de dudosa procedencia— Bueno, cambio la pregunta, ¿podría ir así?

La respuesta obviamente era no. Me prohibirían la entrada incluso a un sitio de comida rápida en un barrio marginal.

—Mejor pasamos por tu casa para que puedas cambiarte cuando cierres la tienda, ¿te parece bien?

—Me parece estupendo —respondí—. Dame diez minutos y nos vamos.


Daddy Issues❞ Draco MalfoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora