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Terminé de comer y subí las escaleras corriendo, diciéndole a mamá que estaba muy cansada y quería dormir, pero no era así.

En realidad fui hasta el segundo baño de la casa, el más alejado, literalmente nunca me había sentido tan culpable de comer, me veía al espejo y aunque se me veían las costillas, seguía viéndome gorda, no era suficiente, sentí que a ese plato de comida, jamás me lo perdonaría.

Como seguro ya pensaste, hice lo que me había prometido no volver a implementar: vomitar. Até mi cabello, me agaché, metí un dedo en mi boca generando arcadas y así lo hice, expulsé toda la comida. De repente esa gran culpa desapareció.

Me lavé los dientes por el olor del vomito así nadie sospecharía, la acción de vomitar la perfeccioné viendo videos de YouTube, no creí que iban a ser tan útiles hasta el momento de recordar que no debía hacer ruido.

Luego salí corriendo del baño, en calcetines, para no hacer ni el más mínimo ruido con mis pisadas así mamá no se daría cuenta. Logré llegar a mi cuarto sin poner en riesgo nada.

Por si te lo preguntas (o no), soy bastante buena escondiendo cosas, vomitos, la comida debajo de mi cama, uso ropa holgada para que no se note como bajé tan rápido de peso, y casi siempre trato de responder con bondad a mis familiares, pero no lo logro, últimamente estoy muy negativa.

Lo único que no lograba ocultar tan bien era la caída y el deterioro de mi cabello, eso era lo único que me ponía mal de dejar de comer, pero tenía la idea de que iba a volver a crecer.

Nadie me descubría excepto por la vez que mamá vio las búsquedas en mi computadora. Desde ese entonces, no podía permitirme fallar en ni un dato.

Fui a acostarme porque en serio estaba cansada; dormí hasta las cinco de la tarde, fue la siesta más larga que había tomado en mi vida.

Me desperté y ya era la hora de la merienda, había dormido unas 3 horas aproximadamente, pero todavía me sentía cansada. Aquí no había punto medio, o dormías dos horas, o te excedías durmiendo doce; pero ten algo claro, jamás llegarían a ser exactamente ocho. 

Y me molestaba, como todo aquello que se veía medianamente desperfecto; fue algo que comencé a desarrollar con el paso del tiempo, la necesidad de que todo esté bajo control, mi control.

Mi figura, en vez de ser parte de mí, se convertía en un peso enorme que conllevaba destruirme al punto de querer acostarme todo el día. Las pocas veces que me acostaba, me sentía más culpable, ya que sentía que estaba engordando. 

Luchaba por mantenerme activa, es decir, ser obvia no está en mis planes, pero algún día, sabía que esto terminaría matándome.

Entre balanzas y cintas métricas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora