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El Gmail contenía un vídeo editado con mi cara pegada al cuerpo de un cerdo, no pude reaccionar, me quedé dura, no podía ni hablar o soltar lágrimas, simplemente apagué la computadora y me fui a acostar en mi cama sin poder moverme del shock y dolor interno.

Todo empezó a sentirse como una especie de película de terror; esto no era real, no podía serlo. Detesté no tener la razón.

Mi cabeza no paraba de dar vueltas, ese video estaba constantemente en mi cabeza. Y cuando pude dormir, deseé no despertar al día siguiente.


Me levanté y bajé a desayunar, no dije ni una palabra a mi familia y ellos ya sabían que cuando hacía eso me había pasado algo, por lo que no insistieron ni nada.

Me vestí y fui al colegio caminando sola, llegué y Lucy me vio, me dijo:

—¡Hola!, hey, ¿por qué esa cara?

No pude responderle con la verdad, le dije que hubo un problema familiar y que no se preocupase.

Me dijo que confiara en ella cualquier inquietud, a lo que yo le respondí un: "Gracias, Lu" con tono alegre.

—No me contaste qué ha sucedido con el mensaje de Gmail ayer.

Pude haberle dicho la verdad, podría haber pedido ayuda, decidí guardarme el dolor para mi sola.

—Oh —reí—, nada, era una estúpida promoción para que compre un microondas.

—Oye, si tú no lo quieres, yo sí; estoy necesitando uno.

La situación económica de Lucy iba entre bien y mal; le alcanzaba, sí, pero para lo justo y sin lujos.

—¿Necesitas una mano?

—No —dijo alargando las "O"—, todo está bien con el dinero que poseo, es justo y necesario; además, ya sabes lo que dicen, el lujo es vulgaridad.


Volví del colegio, almorcé y vi la serie, subí a mi cuarto, lo típico de siempre, pero agregué algo a mi rutina; me miré al espejo. En ese preciso momento, me desbordé en lágrimas.

Trataba, yo les prometo que intentaba todos los días no dejar que me afecte, pero siendo sincera, a veces me sentía debilitada.

Vacía, sola, tenía padres y amigos, sí, y los amaba, pero me sentía perdida en un mar de pensamientos que me terminarían ahogando completamente.

Y eso, me aterró por completo.

Me destruyó.

Debía tomar una decisión, correr de aquello que parecía una buena idea al inicio, o elegir lo más arduo: amarme como soy. Porque amar es de valientes, ¿y a ti mismo?, pff, de esos grandes logros nadie habla.

Y ya se supondrán qué decisión tomé.

Conocí a Ana, conocí a Mía, y fue peor de lo que imaginé.

Entre balanzas y cintas métricas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora