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Ya habíamos pasado unas dos semanas en el hospital de día, y solo puedo decir que son increíbles los avances que tuvimos Lucas y yo —o eso creía—; la rutina era levantarse, pasar un par de horas allí, con médicos haciéndonos estudios, yendo a terapia, haciendo juegos y hablando con amigos, volver a casa, comer las porciones recetadas, estar con Lucas mirando películas, leyendo, y no olvidemos el poder estar con mi familia; de verdad era muy divertido.

Pero, no todo era color de rosas. Me costó muchísimo verme en el reflejo de los autos, vidrieras, etcétera; además mis ataques de pánico no ayudaron mucho, aunque mi familia siempre estuvo ahí para contenerme, incluida mi pareja —la cual descubrí leyendo artículos sobre el tema—.

A esto se le sumaba lo increíblemente difícil que fue buscar una escuela virtual para la comodidad de Lucas; en mi caso no fue mucho problema, ya que tan solo volvería al mismo establecimiento educativo de antes, sí, así como leen, Lucy y las víboras de mis compañeras volverían a aparecer.

Empecé a tener sospechas respecto a los comportamientos de Lucas, él lloraba y estaba triste últimamente; yo trataba de ayudarlo, pero no podía, ya que no lograba entender que le sucedía. Me abrí a la posibilidad de una posible recaída de su parte, pero no quería preocuparme de más, ni tampoco, preocuparme de menos, por lo que decidí hablar con Dani.

Mientras estaba en el hospital de día, decidí buscar a mi enfermera para hablar sobre lo que estaba sucediendo.

—Dani, Lucas está raro.

—¿Por qué lo dices?

—Él simplemente llora todo el tiempo y no sé como contenerlo.

—Debe ser por lo de sus padres.

—Eso espero, no quiero que tenga una recaída.

—Sus estudios están dando los resultados correctos y los problemas pasados están siendo tratados con su psicólogo, no te preocupes Ellie; cualquier cosa, háblame, total te quedan otras dos semanas aquí.

Decidí dejar de preocuparme y disfrutar de hacer pulseras con Rude. Mi papá nos vino a buscar del centro, pero más tarde, ya que preferí quedarme hasta la sesión psicológica de Lucas; tuvimos que parar para hacer compras, papá se encargó de ellas ya que estaba lloviendo, así que aproveché para hablar.

—Dime qué sucede, por favor.

—Nada, Bella, te lo prometo —dijo abrazándome.

—Lo siento, pero no puedo creerte, tú no eres este, Lucas —me alejé.

—Mis estudios dan bien y ya estoy siendo atendido por profesionales.

—Jamás mencioné al personal médico o a nuestros trastornos.

Hubo un silencio incómodo, y ahí sentí que ya no importaba seguir hablando, porque ya me lo había dicho todo.

—Sí, lo sé, pero creí que lo decías por eso —cortó el silencio.

—Mira, no necesitas mentir, tan solo quiero que estés bien.

—Y yo necesito que confíes en mí; si algún día recaigo, te lo contaré.

—Me duele no poder creerte.

—Ven aquí —apoyé mi cabeza en su hombro—; no temas, por favor; confía en mí.

Mi papá entró con las bolsas y yo limpié las lágrimas de mis mejillas; no podía creer que no podía confiar en mi persona favorita, pero bueno, supongo que todo pasa.

Llegamos a casa y la comida ya estaba servida, nos sentamos y puse mi ojo en Lucas durante toda la cena; comió todo su plato sin problemas, lo cual me puso feliz. Al terminar, le pedí que lavara los platos, así yo podría subir primero y asegurarme de que todo esté bien; el olor a vómito se había ido, por lo que descarté toda clase de posibilidad respecto una posible recaída.

Lucas se durmió al instante, pero yo me quedé pensando en si él en serio decía la verdad, o tan solo quería distraerme; espero que sea la primera opción, porque si le sucede algo, yo no sabría cómo reaccionar.

Entre balanzas y cintas métricas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora