Capítulo 30/ Edelweiss

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12 de julio de 1953

Me levanté en mi nueva realidad y salí de mi cuarto a hacer un poco de té y admirar la vista. Un ambiente pacifico envolvía cada movimiento que hacía, ya no sentía esa tensión que me imposibilitaba hacer las cosas que me gustaban. Vivía en una constante agonía e infelicidad de las que nunca pensé escaparme. Llevábamos sólo un corto tiempo aquí y me sentía más libre de lo que me sentí toda mi vida. Todos los días salíamos al mercado del pueblo a comprar fruta fresca y pan. A Mila le encantaba asomarse en las fuentes mientras veía a los peces. Todo era muy ameno y tranquilo, la gente te sonreía aunque no te conociera, había todo lo que necesitaba sin tener que salir de aquel pueblecito. La cabaña en donde vivíamos era pequeña pero acogedora, con el tamaño perfecto para calentarnos durante épocas de invierno. La señora Brunner me había prestado la cabaña con la condición de que cuidara de su huerto, nunca había hecho jardinería pero no tardé en aprender algunas cuantas cosas para cuidar bien de él. Salí como de costumbre a regar las plantas y a recoger tomates y cortar un poco de berro. Mientras lo hacía, Mila plantaba semillas de girasol con la esperanza de que algún día el jardín se pintara de amarillo. No era muy hábil así que le tenía que ayudar con la pala y a colocar de manera correcta las semillas, pero ella se conformaba con regarlas.

—Ve por la canasta para poner estos tomates, ¿si?— dije amablemente y Mila asintió.

Esperé ahí sentada sobre el pasto acomodando la tierra que Mila había dejado desperdigada. El huerto estaba cercado con unas tablas de madera unidas con un fino alambre y detrás se podía admirar todo el campo cuesta abajo y al fondo los impetuosos Alpes suizos. Era como vivir en un sueño. Cuando llegó Mila con la canasta colocamos todo lo que había recolectado para llevarlo a la cocina. Nos limpiamos los zapatos para no dejar huellas de tierra en la alfombra y nos dirigimos a cocinar juntas. Mientras lavaba los tomates y las hierbas oí el motor de un vehículo que se acercaba hacia nosotras. Miré por la ventana y divisé un camión pequeño que se estacionaba frente a la cabaña. Abrí la puerta para recibir a aquel extraño visitante mientras Mila se paraba detrás mío. Cuando el motor se apagó, la puerta del copiloto se abrió y pude ver a Felix dando un gran salto para correr hacia nosotras. Mila gritó y lo abrazó fuertemente mientras éste le lamía toda la cara. Seguido de eso, Dominik bajó igualmente dando un salto para tocar el suelo. Mis ojos se abrieron mostrando toda la sorpresa que estaba sintiendo.

—¡Bianka!— saludó y corrí hacia él dándole un fuerte abrazo.

—¿Qué haces aquí?— pregunté emocionada acomodándome el pelo que se había agitado con el viento.

—Aún te debía algo y quise traerlo— dijo sonriente.

—Gracias, creí que nunca volvería a ver a Felix, acabas de hacer a Mila la niña más feliz del mundo.

—Y no será la única— lo miré extrañado y lo seguí hacia la parte trasera del camión.

El conductor ayudó a Dominik a abrir las puertas para mostrar lo que había en su interior. Quitó el pequeño candado y las abrió. Dominik dio un salto hacia el interior ayudándose de las manijas que habían a un costado y quitó la sábana que cubría el misterioso objeto. No tardé ni unos segundos en darme cuenta de lo que se trataba, Dominik me había regresado mi piano. Subí emocionada a la parte trasera del camión mientras abrazaba a aquel mueble. Un sentimiento de euforia recorrió mi cuerpo haciendo que mis emociones se descontrolaran.

—Pero es carísimo transportar tal cosa desde Polonia hasta acá— dije apenada.

—Fue un trayecto largo pero sin duda valió la pena— dijo sonriente.

Entre el conductor, Dominik y yo bajamos el piano con ayuda de unas cuerdas. Estaba consciente de que mi ayuda no era gran cosa pero todo esfuerzo servía. Lo tuvimos que meter por el jardín ya que las largas puertas corredizas permitirían que el piano cupiera. Lo colocamos en la sala después de quitar algunos muebles, sin duda el espacio se veía mucho más pequeño porque el piano abarcaba gran parte de éste, pero no me importaba.

Edelweiss: el pasado al acechoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora