Capítulo 3/ El pasado al asecho

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Amaneció lloviendo y con vientos helados, cosa que era raro ya que estábamos en pleno mayo y este clima no era frecuente. Bajé a hacer el desayuno y Mila ya estaba despierta, acostada sobre Félix mientras él dormía.

-¿Quieres desayunar querida?- Mila se levantó hambrienta en un santiamén y corrió hacia la cocina. -Descalza no, te vas a enfermar mira el clima.- dicho esto corrió a su habitación a ponerse unos calcetines y regresó lo más rápido que pudo.

Le corté algunas frutas y le hice un sándwich junto con un té para calentarla. Observé cómo desayunaba torpemente con sus manos y en cuanto terminó, salió corriendo a jugar. Era un día para quedarse en casa, entonces no tenía ninguna prisa por la cual vestirla y arreglarla. Yo en cambio, me fui a asear y a cambiarme. Estuve a punto de sentarme a leer cuando de pronto me acordé que había una pila de platos que me esperaban para ser lavados. Me paré del sillón y tuve que cargar todo el peso de mi cuerpo que quería quedarse sentado, pero los platos no se iban a lavar solos.

Lo que hacía que mantuviera mi cordura lavando trastes era la ventana que daba a la calle. Podía ver las actividades diarias de todas las personas, lo que pasaba allá afuera y si a caso recibía algunas veces saludos de la gente que me veía desde afuera. Pero esta vez no había vida en la calle, estaba lleno de neblina y lloviznaba, por lo que la gente prefirió quedarse en casa. Me quedé lavando platos viendo el triste paisaje de afuera, miraba siempre a la misma pared de ladrillos y la calle húmeda sin nadie que la pisara.

Ya iba en el penúltimo plato cuando de pronto en medio de toda esa neblina divisé una figura acercándose. Paré un instante y miré detenidamente. Cuando se acercó lo suficiente pude ver claramente a un hombre con gabardina y sombrero quien se quedó mirándome unos instantes entre la lluvia y posteriormente vi como se acercaba a la puerta principal. Sin pensarlo, dejé el trapo a un costado del lavabo, me quite el delantal y corrí hacia la puerta, estaba tan apurada que a medio camino me acorde que tenía que apagar el agua y me regresé rápidamente. Me paré frente a la puerta algo nerviosa esperando a que tocase y cuando lo hizo, respiré hondo y abrí lentamente la puerta. El hombre sacudió sus botas mojadas y se quitó el sombrero lentamente dejando ver su rostro.

-Bianka.- dijo con un tono de voz sereno y con una sonrisa en la cara. No podía creer lo que veían mis ojos. Mi corazón empezó a latir más rápido que nunca. Mis manos comenzaron a sudar a cascadas. Mis parados se movían rápidamente para asegurarme de que estuviese viendo bien. Mis respiraciones se volvían cada vez más rápidas y cortas. Trate de articular palabras pero no salían.

-Est... est... estabas... mue... muerto.- al fin dije titubeando sin expresión alguna. Al parecer él esperaba otra reacción. Solamente se quedó pensando.

-Estoy seguro de que sigo vivo.- dijo con una ceja arqueada al mismo tiempo que sonreía levemente. -¿Por qué creíste eso? ¿Tal vez es porque te quedaste con la imágen de cuando nos vimos por última vez?- entre cerré los ojos un poco enojada.

-Tal vez no. Te fui a buscar Johan, y me dijeron que estabas muerto, yo no sacó conclusiones sin tener pruebas.- dije cerrando la puerta en sus narices. Regrese enfadada a la cocina para seguir lavando los platos. Johan corrió y tocó la ventana de la cocina ansioso por seguir conversando.

-Espera, ¿qué? ¿cruzaste un país entero para ir hasta donde yo estaba?- dijo con un tono más alto para que pudiese escucharlo a través de la ventana; boquiabierto mientras las gotas de la lluvia empapaban su pelo negro como la noche.

Asentí furiosa parada a punto de agarrarlo a golpes por la ventana. Sus manos se recargaban sobre la ventana como si tratase de entrar. Su cara empapada y triste me conmovió un poco, tal como un cachorro abandonado en la calle mirando a la gente en busca de compasión. Me acerqué a la puerta y la abrí nuevamente.

Edelweiss: el pasado al acechoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora