Capitulo 21/ La cura de todos los males

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Me desperté con algo de dolor de cabeza y con los brincoteos de Mila sobre mi cama. Abrí poco a poco los ojos y me encontré con la cara de Mila observándome mientras pasaba sus pequeñas manos sobre mi pelo.

—Hola mamá— dijo con su dulce voz.

—Hola querida, ¿qué tal?— contesté entre bostezos.

—¿Quieres galletas? Hicimos muchas ayer— dijo entusiasmada. Voltee a ver el reloj y eran apenas las siete de la mañana. Me froté mis ojos somnolientos y me senté sobre la cama.

—Gracias, desayunaré una— respondí con una sonrisa. Mila saltó de la cama con toda su energía y salió del cuarto. Me volví a acostar y apenas puse mi cabeza en la almohada Mila volvió.

—¿No vienes mamá?— dijo jalando mi mano. Refunfuñé y me paré con esfuerzo.

Bajamos las escaleras mientras Mila me contaba absolutamente todo sobre su día con Alenka, cosa que no estaba escuchando porque mi mente aún seguía dormida. Mila corrió hacia la cocina para agarrar el vaso de leche que le había dejado Alenka. Me senté en una de las sillas que había ahí y la miré. Mis párpados pesaban y mi cuerpo se desvanecía. No me esperaba esta mañana tan eufórica pero supongo que era el precio de tener una hija de su edad.

—¿Quieres galleta?— me volvió a ofrecer, pero esta vez me dejó una sobre la mesa. Sonreí y fingí darle una mordida, no tenía la energía suficiente para generar apetito aún. Me quedé ahí viendo la mesa un par de segundos, pensando en nada en específico. Podía ver a Mila alrededor de la mesa pero mi vista estaba clavada en el centro de la mesa y por más que intentaba salir de ese bagaje estaba demasiado cansada para ordenarle a mi mente.

—¡Bianka! ¿Quieres algo de desayunar?— preguntó repentinamente Jarek.

—Hola— dije con mi voz ronca. —No estaba en mis planes estar aquí tan temprano y menos después de ayer— me encogí de hombros. Jarek sonrió y entró a la cocina.

—Eso de tener hijos ha de ser igual de cansado que irte de fiesta una buena noche, pero sin la diversión— sonrió mientras se preparaba un café.

—Algo así, solamente que el amor reemplaza la diversión supongo— reí.

—¿En serio no quieres nada de comer?— pregunto sentándose en la mesa. Negué con la cabeza.

—Gracias, de todos modos.

—¿Quieres galleta?— Pregunto Mila a Jarek.

—Pues ayer nos comimos más de la mitad— respondió con un tono burlón. Mila sonrió.

—Pues si no les importa, iré a mi despacho— dijo Jarek agarrando su taza de café y un bizcocho.

—Está bien— dije sonriendo.

—Yo iré al jardín— Mila saltaba por todos lados, de verdad no entendía de dónde venía semejante energía.

—Pero ponte algo encima— contesté. Ella asintió y fue por su chamarra.

Me quedé ahí sola sin nadie con quien platicar, sola con mi mente quien había estado intranquila desde anoche. Esto era cada vez más complicado, más problemas se iban sumando a una situación que ni siquiera sabía como solucionar. Me paré y decidí hacerme un té, por lo menos. Ya que lo tuve me fui a sentar a la mesa del jardín para acompañar a Mila. Esta vez no me pude volver a dormir, había tanto en qué pensar y tanto que hacer que me hubiera acostado en vano. Mila jugaba con los juguetes sobre un pequeño charquito de agua, me impresionaba lo cuidadosa que era siempre en todos los aspectos. Se encontraba a unos centímetros del charco para no mojarse los pies, igualmente cuidaba que solo el juguete tocara el agua ya que podía llegar a mancharse de lodo. Mi vista se perdió nuevamente en el movimiento del agua y el colapso de las gotas, revisando los mínimos detalles de aquel momento. De pronto sentí un golpe en el vidrio detrás mío. Voltee y era Alenka, ansiosa por que le contara todo.

Edelweiss: el pasado al acechoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora