Capítulo 11/ Recuerdos inevitables

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A la mañana siguiente amanecí con una pesadez en los ojos que eventualmente era notoria, mis párpados y sus alrededores se habían hinchado de tanto llorar. Me arreglé algo nerviosa debido a que al fin había llegado la comida tan esperada con los Jakov. Sin embargo, el tema de Johan me tenía bastante preocupada, ni si quiera pude dormir profundamente gracias a él. Lo que más me preocupaba era el hecho de que Dominik y Johan estarían ahí, y si por alguna razón Dominik se llegara a enterar, Johan tendría una muerte segura. Estaba enojada con Johan, pero no lo suficiente para verlo morir tan rápido y de esa manera. Sólo tenía que evitar que Johan y Dominik cruzaran caminos.

Bajé a hacer algo de desayunar y Mila ya se encontraba despierta, como siempre, jugando con Félix. Puse el desayuno en la mesa y rápidamente se sentó. Mientras le daba un trago a mi café noté que la puerta del cuarto de Johan se encontraba abierta.

–¿Johan salió?– le pregunté a Mila, quien asintió a la vez que le daba una mordida con trabajo a su tostada.

–Lo vi salir muy temprano, pero no me dijo a donde iría– prosiguió.

–Entiendo– seguramente fue a arreglar uno de sus muchos asuntos que tenía pendientes.

Cuando terminamos de desayunar acompañé a Mila a que se arreglara para la comida. Cuando la terminé de peinar salió corriendo para jugar en el jardín, aprovechando que el día había amanecido agradable. Yo en cambio, me quedé ahí, sin reaccionar. Tratando de procesar aún todos los pensamientos. En ese momento surgió en mí la necesidad de ir a revisar el cuarto de Johan. Me dirigí hacia su cuarto sigilosamente, aunque Johan no se encontrara en casa. Abrí lentamente la puerta tratando de analizar todo lo que había ahí. Había quitado algunas de las cajas que se encontraban en el viejo escritorio y había puesto sus cosas ahí. Me acerqué al escritorio para revisar los papeles que habían y si alguno de estos lo delataba. Parte de mí no creía que Johan fuera culpable pero cómo negarlo ante toda la evidencia de la que me contó Dominik, quien la había visto con sus propios ojos. O bien, podía ser evidencia falsificada para perjudicarlo. Sin embargo, mi mente siempre se inclinaba más hacia la posible inocencia de Johan. Estaba algo negada pero podía ser entendible, después de todo lo que había vivido con Johan se me dificultaba aceptar esa parte de él, que de alguna manera tenía que estar ahí por la naturaleza de su trabajo.

Revolví todo el papeleo pero no encontré nada que lo delatara, la mayoría eran relatos escritos por él y sus documentos de identificación. Al parecer todo se encontraba en orden, lo cual me dejaba más tranquila. Pero era obvio que no iba a dejar papeles que lo pusieran en riesgo a simple vista. Abrí todos los cajones y solamente había plumas y algunas cosas antiguas del abuelo de Emmil. Llegué al cajón de hasta abajo y la cerradura de éste me impidió su apertura. Lo había cerrado con llave. Cuando traté de abrirlo, me sorprendió esculcando sus cosas.

–¿Alles gut?– preguntó. Tragué espeso y me sonrojé un poco.

–Eh, sí– titubee. –Estaba buscando... esto– agarré lo primero que tocó mi mano, era una pequeña agenda recubierta con cuero.

–¿Y eso es..?

–Uno de los muchos diarios de Emmil. Siento haber entrado sin tu permiso.

–Descuida– me miró sospechosamente. Se paró junto a la puerta como si de alguna manera me estuviese corriendo de aquella habitación. –¿Puedo cambiarme?– preguntó sereno pero se notaba su amargura.

–Sí, lo siento– salí casi corriendo de ahí. Era evidente que había sospechado algo, pero aún no me sentía lista para hacerle saber que sabía todo porque de alguna manera decírselo sería dejarlo ir o en el peor de los casos, que dejara de confiar en mí (si es que lo estaban inculpando).

Edelweiss: el pasado al acechoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora