Capítulo 18/ El fantasma de los caídos

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Llegó el anhelado día en el que iría con Dominik a la gala. Estaba emocionada porque éste suponía un giro diferente en mi rutina de todos los días. Desde que murió Emmil no había ido a un evento como este y podrían pasar cosas más interesantes que sentarme todas las tardes a leer y a tomar té. Le había prometido a Alenka que le dejaría a Mila desde la mañana, así podría estar más tranquila sin preocuparme por la pequeña. Vestí a Mila y le empaque su pijama y un cambio de ropa ya que pasaría la noche en casa de Alenka.

—¿Puedo llevarme a Felix?— preguntó ingenuamente y reí.

—No lo creo querida. Es mucho trabajo cuidar a Felix y a ti al mismo tiempo— sonreí y ella hizo un puchero.

—Por favor— junto sus dos manos suplicando.

—No, Mila— negué con la cabeza. Comenzó a suplicar más y a llorar. Definitivamente no podía llevarse a Felix, él podía cuidarse solo.

Agarre sus cosas y la llamé para dirigirnos a casa de Alenka pero ella se echó a llorar en el piso. La cargué del brazo mientras daba patadas y sacudía su cabeza.

—¡Quiero llevarme a Felix!— gritaba enojada.

—¡No puedes llevarte a Felix, él se quedará aquí!— me agarre entre mis brazos y salimos.

Lloró durante todo el camino atrayendo miradas y murmullos, pero no podía dejar que hiciera lo que quisiera solo por hacer un berrinche. Cuando por fin llegamos a casa de Alenka, yo traía el pelo sacudido y el vestido hecho marañas por culpa de Mila. Toqué el timbre furiosa y bajé a Mila, pero ella comenzó a llorar de nuevo.

—Hola— dijo Alenka sonriendo mientras abría la puerta.

—¡No quiero! ¡Quiero irme!— Mila seguía tirada en el piso y yo nada más sonreí nerviosa.

—¿Mal día?— preguntó Alenka con una mueca.

—Algo así— me encogí de hombros.

—Mila, no llores. Te he comprado una sorpresa— Alenka la levantó pero Mila pataleaba con todas sus fuerzas.

—Ni lo intentes, quedarás como yo— Alenka me miró y sonrió.

—Tú no te preocupes. Yo me encargo— le entregue la maleta y arrastró a Mila dentro de la casa. Me despedí agradecida y emprendí mi camino de regreso.

Mientras caminaba por la avenida vi una florería y se me vino a la mente una sola cosa: ir a retratar flores. No lo hacía desde hace mucho tiempo y creo que me vendría bien. Regresé a casa por mis acuarelas y mi cuaderno para ir un rato al campo y pasar la mañana. Cuando estuve cerca de la puerta saqué mis llaves para poder abrir. Subí los escalones y cuando metí la llave en el cerrojo pisé algo sólido en mi tapete. Quite mi pie de encima y me encontré con una especie de broche dorado. Me agache y lo recogí para examinarlo más de cerca. Le di la vuelta con mis dedos algo confundida ya que eso no estaba ahí cuando salí. El broche era dorado y redondo. Contenía una corona de flores formada por seis racimos de hojas de lo que parecía ser roble a cada lado. El ancho de la corona se encontraba en el punto más ancho y afilado hasta el ápice, donde las dos hojas de roble se juntaban de punta a punta. En el centro del broche había dos espadas cruzadas en forma de "X". Miré confundida y lo guardé rápidamente en el bolso de mi chamarra. Entré a mi casa, agarré mis cosas para pintar y las metí a mi bolso. Antes de dirigirme al campo haría una parada rápida en la biblioteca de Suwalki para averiguar de donde había salido aquel broche. Para eso tendría que tomar un tranvía hacia el centro así que agarré dinero para el pasaje y emprendí mi camino. Cuando llegué a la biblioteca me acomodé el pelo que se había despeinado un poco por el aire y me colgué mi bolso.

Edelweiss: el pasado al acechoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora