Capitulo 2/ Recuerdos

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Al día siguiente me desperté sin ganas de vivir mi rutina una vez más. Era un círculo infinito, en el cual me encontraba sin saber el por qué de mi aferramiento hacía éste. De alguna manera, sentía que si salía de la rutina, no sabría que hacer. Había vivido esto durante todos los años con los que estuve casada con Emmil, y cambiar ahora me causaba inseguridad. Tendría que cambiar tarde o temprano, no podía seguir así por siempre, sería dañino hasta cierto punto.

-Mila, vamos. Te dejare en casa de Ivette.- dije ya aseada y vestida. Mila se paró con trabajo pero me obedeció. La cambié y posteriormente fui a dejarla. Ivette la recibió con toda la alegría del mundo, hasta preparó desayuno especial para que Mila quedase contenta. Después de dejarla, me dirigí al despacho de abogados de mi zona, donde trabajaba Emmil.

Iba tranquilamente disfrutando de la caminata cuando una corriente de aire se llevó el sombrero que llevaba puesto. Batallé para alcanzarlo pero no tuvo resultado, vi como volaba cada vez más lejos de mi. Refunfuñe y seguí mi camino enojada.

Me paré frente a la puerta de aquel viejo edificio en donde trabajaba mi marido. Respire hondo insegura, ya que ni si quiera yo sabía lo que estaba haciendo parada ahí.

-¿Qué estoy haciendo?- Me dije a mi misma después de un minuto de reflexión. Era innecesario.

Me di la vuelta rápidamente pero se abrió la puerta y una mano jalo mi hombro para detenerme.

-Querida, pasa.- Justo a quien no me quería encontrar, me encontró.

-¡Dominik! No sabía que estabas por aquí.- dije apenada. Él nada mas alzó la ceja y sonrió pícaramente.

-Pues... trabajo aquí querida, ¿que esperabas?- sonrío y se le formaron esas arrugas peculiares en cada lado de la sonrisa. Dominik era bastante atractivo. Había trabajado con Emmil desde hace ya tiempo. Cuando conocí a Emmil, Dominik ya se encontraba en el radar. Era un tanto más alto que yo, pelo castaño claro, facciones refinadas, con ojos color miel, quienes resaltaban por su tez un poco morena. Era un tipo de buen gusto y seductor. Esas hondas en su pelo y su trazo de pecas hacía que cualquiera cayese por el.

-¿Y bien? ¿Vas a pasar o te vas a quedar ahí parada?- Se hizo a un lado en señal de invitación. Quise negar dicha invitación pero me fue imposible. No había vuelto a la oficina de Emmil desde que murió.

Pase a un lado suyo con una sonrisa en mi cara. Cerró lentamente la puerta y subimos las angostas escaleras.

-Dime, ¿que te trae por aquí?- dijo alzando nuevamente la ceja.

-Aún no me es posible responderme esa pregunta.- dije mirando a mis alrededores.

-Le hubieras hecho el día a Emmil.- dijo un tanto nostálgico. Voltee a verlo de golpe y se dio cuenta. -Lo siento.- dijo abriendo los ojos.

-¡Lewandoski!- una voz profunda y ronca se escuchó de pronto desde una de las oficinas.

-Uy, mi jefe.- dijo con una sonrisa nerviosa. -ya sabes donde encontrar lo que buscabas.- Dominik desapareció del pasillo y me dirigí hacia la vieja oficina de Emmil.

Cuando estuve frente a la puerta no estaba segura de si abrirla o huir una vez más. Gire la perilla lentamente mientras soltaba el aire que tenía retenido. El crujido de la puerta y mi respiración iban al compás. Me asome un poco y todo seguía igual, solamente había cajas llenas y vacías regadas por todo el piso. Entre rápidamente cerrando la puerta detrás de mi. Observe unos minutos a mi alrededor, la nostalgia me sofocaba. Me acerque al escritorio y acaricie la piel con la yema de mis dedos. El olor a polvo penetraba mi nariz mientras que mis ojos se cristalizaban.

Después de unos minutos me senté en la silla frente al escritorio. Mire a mi alrededor tratando de simular lo que Emmil veía al estar sentado ahí. La repentina apertura de la puerta me saco de mis pensamientos y me paré rápidamente.

-Es triste ver esta oficina vacía.- dijo Dominik acercándose al escritorio quedando frente a frente. Yo solamente asentí con tristeza.

-¿Te ayudó a sacar todo esto?- dije alzando los hombros. -Será terapéutico.- agregue. Dominik sonrío aceptando mi ayuda.

Comenzamos a sacar los libros que faltaban poniéndolos en diferentes cajas. De pronto en mis manos apareció un viejo álbum de fotografías cubierto de polvo. Sople ansiosa y me senté en la silla más cercana. Sentí la mirada de Dominik al ver que paraba.

-¿Qué has encontrado?- dijo acercándose quedando detrás de mi para poder ver el álbum igualmente.

-Lo descubriré.- abrí lentamente la primera página y tenía un mensaje escrito: "Para mi querida Bianka"

No pude evitar soltar una lágrima la cual cayó encima de la página. Sentí la palma de Dominik sobre mi hombro en signo de consolación. Seguí pasando las hojas y había fotos de nosotros desde la primera vez que nos conocimos. En cada página tenía una fecha escrita con su respectiva foto. Así pase todas las hojas hasta llegar a unas que estaban vacías. La última página tenía la fecha en la que cumpliríamos 20 años de casados. Se ve que lo iría llenando progresivamente, sin embargo eso sería imposible. Cerré el álbum y lo dejé a un costado. Recargue mi cara en las palmas de mis manos y comencé a llorar.

-Bianka, lo siento.- Dominik me acomodo el pelo para que no obstruyese mi cara. Después de un rato, me calme y me pare rápidamente a volver a acomodar las cosas.

-No tienes que hacer esto si no quieres.- dijo preocupado.

-Descuida.- me seque las lagrimas con mi brazo y comencé mi trabajo guardando rápidamente todos los libros sin echarle un ojo antes de guardarlos.

Pasó aproximadamente una hora y seguían habiendo libros en las repisas, sin embargo sentía la necesidad de salir de aquella oscura oficina. Puse el pretexto de ir por Mila para irme con una explicación. Dominik asintió y volvió a sonreír.

-Gracias por ayudarme.- dijo guiñando un ojo.

Salí de ahí estremecida. Me encontraba en una constante lucha por esquivar mi pasado pero el seguía regresando; Emmil y ahora Johan...

Salí de ahí y me dirigí a mi casa. Deje que Mila se quedara más tiempo con Ivette, así tendría tiempo de despejarme un rato. Ya estaba acostumbrada a estar a solas en mi casa. Tome mi libro y salí al jardín como siempre. Me senté en la banca a leer pero no pude acomodarme. Trate varias veces pero me fue imposible así que deje mi libro sobre la banca y me tire al pasto. Al sol lo tapaban un par de nubes así que no fue molestia. Me quede ahí por un rato. No quería hacer nada, quería dejar de existir un tiempo y que cuando volviese, estuviera todo como era antes.

Antes de que fuera la hora de la comida, fui por Mila.  A partir de ese momento todo fue igual: comer, leer, jugar con Mila, siesta, fogata, otro rato de juego con Félix, cenar, acostar a Mila y hundirme en mis pensamientos. Cada día era igual...

Edelweiss: el pasado al acechoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora