El callejón Diagón

6.8K 389 76
                                    

PARTE EDITADA✔

El martes siguiente, la familia Potter entró al Caldero Chorreante.

Era un bar diminuto y de aspecto mugriento. La gente, que pasaba apresurada, ni lo miraba. Sus ojos iban de la gran librería, a un lado, a la tienda de música, al otro, como si no pudieran ver el Caldero Chorreante.

Para ser un lugar famoso, estaba muy oscuro y destartalado. Unas ancianas estaban sentadas en un rincón, tomando copitas de jerez. Una de ellas fumaba una larga pipa. Un hombre pequeño que llevaba un sombrero de copa hablaba con el viejo cantinero, que era completamente calvo y parecía una nuez blanda. El suave murmullo de las charlas se detuvo cuando ellos entraron. Todos los conocían. Los saludaban con la mano y les sonreían.

Charlie reconoció a Tom, el cantinero. También a Doris Crockford y a Dedalus Diggle. Cada vez que visitaban el Caldero Chorreante todos los saludaban.

—Hola, chicos. —Charlie se volteó y se encontró con un hombre muy alto, de cabello y barbas enmarañados.

—¡Hagrid!

Un joven pálido se adelantó, muy nervioso. Tenía un tic en el ojo.

—¡Profesor Quirrell! —dijo Hagrid—. Harry, Charlie, el profesor Quirrell les dará clases en Hogwarts.

—P-P-Potter —tartamudeó el profesor Quirrell, apretando la mano de Harry—. N-no pue-e-do decirte l-lo contento que-e estoy de co-conocerte.

—¿Qué clase de magia enseña usted, profesor Quirrell?

—D-Defensa Contra las Artes O-Oscuras —murmuró el profesor Quirrell, como si no quisiera pensar en ello—. N-no es al-algo que t-tú n-necesites, ¿Verdad, P-Potter? —una risa nerviosa—. Están reuniendo el e-equipo, s-supongo. Yo tengo que b-buscar otro l-libro de vavampiros —Pareció aterrorizado ante la simple mención.

—Tenemos que irnos —dijo James— Hay mucho que comprar. Vamos, chicos. Hagrid, ¿nos acompañas?

—Claro.

Fueron a través del bar hasta un pequeño patio cerrado, donde no había más que un cubo de basura y hierbajos.

—¿El profesor Quirell está siempre tan nervioso? —le preguntó Harry a Hagrid.

—Oh, sí. Pobre hombre. Una mente brillante. Estaba bien mientras estudiaba esos libros de vampiros, pero entonces tomó un año de vacaciones, para tener experiencias directas... Dicen que encontró vampiros en la Selva Negra y que tuvo un desagradable problema con una hechicera... Y desde entonces no es el mismo. Se asusta de los alumnos, tiene miedo de su propia asignatura...

Hagrid, mientras tanto, contaba ladrillos en la pared, encima del cubo de basura.

—Tres arriba... dos horizontales... —murmuraba—. Correcto. Un paso atrás, Harry. Por cierto, feliz cumpleaños, chicos.

Dio tres golpes a la pared, con la punta de su paraguas. El ladrillo que había tocado se estremeció, se retorció y en el medio apareció un pequeño agujero, que se hizo cada vez más ancho. Un segundo más tarde estaban contemplando un pasaje abovedado lo bastante grande hasta para Hagrid, un paso que llevaba a una calle con adoquines, que serpenteaba hasta quedar fuera de la vista.

—El Callejón Diagón.

Entraron en el pasaje.

El sol brillaba iluminando numerosos calderos, en la puerta de la tienda más cercana. «Calderos - Todos los Tamaños - Latón, Cobre, Peltre, Plata - Automáticos - Plegables», decía un rótulo que colgaba sobre ellos.

La Protectora del Olimpo IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora