La profecía

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PARTE EDITADA 

Al día siguiente, después del desayuno, Petra se mudó a la cabaña 7, mientras que Lyra llevó sus cosas a una habitación en la Casa Grande, donde se quedaría, porque no había otros semidioses hijos de Hécate.

Durante el día Charlie probó todas las actividades al aire libre, buscando algo en lo que fuera buena. Quirón le enseñó tiro con arco, pronto descubrieron que Charlie era casi tan buena como cualquier hijo de Apolo, igual que Petra. ¿Lyra? No, Lyra no era ningún az con las flechas.

¿Carreras? Charlie alcanzaba una buena velocidad pero no conseguía pasar a las instructoras, unas ninfas del bosque. Le dijeron que no se preocupara, que ellas tenían siglos de práctica de tanto huir de dioses enamorados. Pero, aun así, era un poco humillante ser más lento que un árbol.

¿Y la lucha libre? Cuando Charlie se acercó a la colchoneta, Clarisse, (la chica grandota, de aspecto feroz y pelo largo, greñudo y castaño, que Charlie había visto desde la ventana de la cabaña de Ares) la tumbó a la primera.

Clarisse saludó con un «¡Qué bien! ¡Una novata! Tenemos una ceremonia de iniciación para los novatos» y se despidió con un «Tengo más de esto, si quieres otra ración, pringada».

Después de eso tuvieron la primer clase clases de griego clásico que daba una campista hija de Atenea, Annabeth. Hablaban de los dioses y diosas en presente, lo que resultaba bastante raro. 

Charlie descubrió que la mayoría de los mestizos tenían dislexia, porque su mente estaba preparada para leer griego. Charlie, Lyra y Petra eran de las pocas que no sufrían de dislexia, sin embargo el griego clásico no les resultaba tan difícil de leer. Al menos no más que el inglés.

Al final de la clase, Annabeth le pidió a Charlie que se quedara un minuto para hablar. 

Charlie se acercó hasta ella. Annabeth era de la misma edad de Charlie, medio palmo más alta. Su piel estaba morena por el sol y su pelo era rizado y rubio. Pero sus ojos deslucían un poco la imagen: eran de un gris tormenta; bonitos, pero también intimidatorios, como si estuviera analizando la mejor manera de tumbarte en una pelea. Tal vez fueran las desesperadas ganas de Charlie de encontrar a su familia divina, pero podría jurar que algunos rasgos de Annabeth eran parecidos a los suyos. Los mismos labios finos, la expresión seria, la forma de arrugar la nariz, la mirada profunda e incluso los movimientos de los pies y las manos inquietos.

—¿Puedo preguntarte algo? —dijo Annabeth.

—Claro.

—¿Sabes qué pasará en el solsticio de verano?

—Eh.. no, creo que no.

Los hombros de Annabeth se tensaron.

—¿Segura?

—Sí, ¿por qué lo preguntas? ¿Es algo que debería saber?

—No, pero quizás tenías algo de información, alguien debe saber algo.

—¿Es algo muy grave?

—Ojalá lo supiera. Quirón y los sátiros lo saben, pero no tienen intención de contármelo. Algo va mal en el Olimpo, algo importante. La última vez que estuve allí todo parecía tan normal...

—¿Estuviste en el Olimpo?

—Algunos de los anuales (Luke, Clarisse, yo y otros) hicimos una excursión durante el solsticio de invierno. Es entonces cuando los dioses celebran su gran consejo anual.

—¿Cómo se llaga hasta allí?

—En el ferrocarril de Long Island, claro. Bajas en la estación Penn. Edificio Empire State, ascensor especial hasta el piso seiscientos.

La Protectora del Olimpo IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora