La advertencia de Dobby

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Percy, Annbeth, Grover y Charlie habían sido los primeros héroes en regresar vivos a la colina Mestiza desde Luke, así que todo el mundo los trataba como si hubiéramos ganado algún reality show. Según la tradición del campamento, ceñieron coronas de laurel en el gran festival organizado en su honor, y después dirigieron una procesión hasta la hoguera, donde debían quemar los sudarios que sus cabañas habían confeccionado en su ausencia.

Las mortajas de Annabeth y Charlie eran tan bonitas -seda gris con lechuzas de plata bordadas-, que Percy comentó que era una pena no enterrarlas con ellas. Annabeth le dio un puñetazo y le dijo que cerrara el pico.

Como Percy era hijo de Poseidón, no había nadie en su cabaña, así que la de Ares se había ofrecido voluntaria para hacer la suya. A una sábana vieja le habían pintado una cenefa con caras sonrientes con los ojos en cruz, y la palabra PRINGADO bien grande en medio. Moló quemarla.

Mientras la cabaña de Apolo dirigía el coro y se pasában sándwiches de galleta, malvaviscos y chocolate, Charlie se sentó con Lyra, Petra y Percy, rodeada de sus antiguos compañeros de la cabaña de Hermes, sus hermanos de la cabaña de Atenea y los colegas sátiros de Grover, que estaban admirando la recién expedida licencia de buscador que le había concedido el Consejo de los Sabios Ungulados. El consejo había definido la actuación de Grover en la misión como: "Valiente hasta la indigestión. Nada que hayamos visto hasta ahora le llega a la base de las pezuñas."

Los únicos que no tenían ganas de fiesta eran Clarisse y sus colegas de cabaña, cuyas miradas envenenadas indicaban que jamás los perdonarían por haber avergonzado a su padre.

Ni siquiera el discurso de bienvenida de Dioniso iba a amargar el ánimo.

-Sí, sí, vale, así que el mocoso no ha acabado matándose, y ahora se lo tendrá aún más creído. Bien, pues hurra. Más anuncios: este sábado no habrá regatas de canoas...

El 4 de julio, todo el campamento se reunió junto a la playa para asistir a unos fuegos artificiales organizados por la cabaña 9. Dado que eran los hijos de Hefesto, no se conformarían con unas cutres explosioncitas rojas, blancas y azules.

Habían anclado una barcaza lejos de la orilla y la habían cargado con cohetes tamaño misil. Según Annabeth, que había visto antes el espectáculo, los disparos eran tan seguidos que parecerían fotogramas de una animación. Al final aparecería una pareja de guerreros espartanos de treinta metros de altura que cobrarían vida encima del mar, lucharían y estallarían en mil colores.

Mientras Annabeth y Percy extendían la manta de picnic, apareció Grover para despedirse. Vestía sus vaqueros habituales, una camiseta y zapatillas, pero en las últimas semanas tenía aspecto de mayor, casi como si fuera al instituto. La perilla de chivo se le había vuelto más espesa. Había ganado peso y los cuernos le habían crecido tres centímetros, así que ahora tenía que llevar la gorra rasta todo el tiempo para pasar por humano.

-Me voy -dijo-. Sólo he venido para decir... Bueno, ya saben.

Annabeth le dio un abrazo y le recordó que no se quitara los pies falsos.

Percy le preguntó dónde buscaría primero.

-Es... ya sabes, un secreto -me contestó-. Ojalá pudieran venir conmigo, chicos, pero los humanos y Pan...

-Lo entendemos -le aseguró Annabeth-. ¿Llevas suficientes latas para el camino?

-Sí.

-¿Y te acuerdas de las melodías para la flauta?

-Jo, Annabeth -protestó-. Pareces tan controladora como mamá cabra.

-Es Annabeth, -dijo Charlie- ¿Qué esperabas?

La Protectora del Olimpo IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora