Captura la bandera

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PARTE EDITADA ✔  

La cabaña de Atenea era un edificio plateado, aunque sin nada especial, con unas simples cortinas blancas y una lechuza tallada en piedra sobre el dintel. Los ojos de ónice de la lechuza parecían seguirte a medida que te acercabas.

—Bueno, bienvenida a casa —dijo Annabeth, indicándole a Charlie que entrara.

Lo primero que Charlie pensó fue que aquello era un verdadero taller para cerebritos. Las literas estaban todas pegadas a una pared, como si dormir no tuviese la menor importancia. La mayor parte de la estancia se hallaba ocupada con bancos, mesas de trabajo, herramientas y armas. Al fondo había una enorme biblioteca llena de viejos rollos de pergamino, libros encuadernados en piel y ediciones en rústica. Había una mesa de dibujo con infinidad de reglas y transportadores junto a algunas maquetas en tres dimensiones. El techo estaba cubierto de mapas enormes de guerras antiguas. Había armaduras colgadas bajo las ventanas y sus planchas de bronce destellaban al sol.

—Hola, Charlie. —Uno de los chicos se acercó sonriendo—. Soy Malcom, dejame ayudarte con tu maleta.

—Hola, mucho gusto.

Charlie sabía que había alrededor de unos diez u once campistas hijos de Atenea, o sea sus hermanos. Como ya había terminado el desayuno la mayoría estaban entrenando, a excepción de Annabeth que la había ayudado en la mudanza.

Malcom le dejó su valija en una litera de sabanas celestes, justo al lado de la ventana.

—Bien, esto.. gracias, a los dos —les sonrió, sin saber que decir exactamente.

—Ya conocerás al resto —le dijo Malcom—. A primera vista todos parecemos serios y sin sentido del humor, pero verás que los hijos de Atenea si sabemos como divertirnos.

—Siempre y cuando las demás cabañas no se enteren —agregó Annabeth.

(...)

La noche del Viernes, después de la cena hubo más ajetreo que de costumbre. Por fin había llegado el momento de capturar la bandera.

Cuando retiraron los platos, la caracola sonó y todos se pusieron en pie. Los campistas gritaron y vitorearon cuando Annabeth, Malcom y Darcy (una de las hermanas de Charlie) entraron en el pabellón portando un estandarte de seda. Medía unos tres metros de largo, era de un gris reluciente y tenía pintada una lechuza encima de un olivo. Por el lado contrario del pabellón, Clarisse y sus colegas entraron con otro estandarte, de tamaño idéntico pero rojo fuego, pintado con una lanza ensangrentada y una cabeza de jabalí.

Luke le hizo una seña a Charlie para que se acercara. Habían quedado en que él le explicaría sobre las actividades del campamento, y el captura la bandera era una de ellas.

—¿Esas son las banderas? —preguntó Percy, que estaba al lado de Luke.

—Sí.

—¿Ares y Atenea dirigen siempre los equipos? —preguntó Charlie.

—No siempre —repuso—, pero sí a menudo.

—Así que si otra cabaña captura una, ¿qué hacen? ¿Repintan la bandera?

Sonrió.

—Ya lo verás. Primero tenemos que conseguir una.

—¿De qué lado estamos? —inquirió Percy.

—Nos aliamos temporalmente con Atenea. Esta noche vamos por la bandera de Ares. Y ustedes dos —pasó un brazo por los hombros de cada uno— van a ayudarnos.

Se anunciaron los equipos. Atenea se había aliado con Apolo, Hermes, las dos cabañas más grandes, y con Hécate.

Ares se había aliado con todos los demás: Dioniso, Deméter, Afrodita y Hefesto. Por lo visto, dos chicos de Dioniso eran bastante buenos atletas. Los de Deméter poseían grandes habilidades con la naturaleza y las actividades al aire libre, pero no eran muy agresivos. Los hijos e hijas de Afrodita no preocupaban demasiado; prácticamente evitaban cualquier actividad, miraban sus reflejos en el lago, se peinaban y cotilleaban. Por su parte, los únicos cuatro niños de Hefesto no eran guapos, pero sí grandes y corpulentos debido a su trabajo en la herrería todo el día. Podrían ser un problema. Eso dejaba, por supuesto, a la cabaña de Ares: una docena de los chavales más grandes, feos y marrulleros de Long Island, y de cualquier otro lugar del planeta (eso sin contar a Crabbe y Goyle).

La Protectora del Olimpo IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora