Un dios invita hamburguesas

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Había periodistas por todas partes. Si Percy había sobrevidido a la caída, Charlile estaba segura que probablemente los periodistas se tirarían sobre él.
Encontró a Grover y Annabeth. No llegó a contarles lo sucedido cuando el satiro divisó a Percy.
-¡Peeeercy! -le dió un abrazo de... cabra- ¡Creíamos que habías llegado al Hades de la manera mala!
Annabeth estaba de pie tras él tratando de parecer enfadada, pero también ella sentía alivio por verlo.
-¡No podemos dejarte solo ni cinco minutos! ¿Qué pasó?
-Más o menos Charlie me empujó.
-¡Charlie! ¿Desde ciento noventa y dos metros?
-Lo importante es que tenemos salud.
Detrás de ellos, un policía gritó:
-¡Abran paso!
La multitud se separó, y un par de enfermeros salieron disparados, conduciendo a una mujer en una camilla. La reconocieron inmediatamente como la madre del niño que estaba en la plataforma de observación. Iba diciendo:
-Y cuando aquel perro enorme, un chihuahua que escupía fuego...
-Vale, señora -decía el enfermero-. Usted cálmese. Su familia está bien. La medicación empieza a hacer efecto.
-¡No estoy loca! El chico saltó por el agujero y la chica mató al monstruo. -Entonces vio a Percy- ¡Ahí está! ¡Ese es el chico!
Los cuatro chicos se mezclaron entre la multitud.
-¿Qué está pasando? -quiso saber Annabeth-. ¿Estaba hablando del chihuahua del ascensor?
Percy les contó la historia de Quimera, Equidna, la zambullida y el mensaje de la dama subacuática. Charlie agregó la parte en la que mató a Quimera.
-¡Uau! -exclamó Grover-. ¡Tenemos que llevarte a Santa Mónica! No puedes ignorar una llamada de tu padre.
Antes de que Annabeth pudiera responder, se cruzaron con otro periodista que daba una noticia y casi se quedan helados cuando dijo:
-Percy Jackson. Eso es, Dan. El Canal Doce acaba de saber que el chico que podría haber causado esta explosión coincide con la descripción de un joven buscado por las autoridades en relación con un grave accidente de autobús en Nueva Jersey, hace tres días. Y se cree que el chico viaja en dirección al oeste. Aquí ofrecemos una foto de Percy Jackson para nuestros telespectadores.
Se agacharon junto a la furgoneta de los informativos y se metieron en un callejón.
-Primero tenemos que largarnos de la ciudad -le contestó Percy a Grover.
Consiguieron regresar a la estación del Amtrak sin que los vieran. Subieron al tren justo antes de que saliera para Denver. El tren traqueteó hacia el oeste mientras caía la oscuridad y las luces de la policía seguían latiendo a nuestras espaldas en el cielo de San Luis.

La tarde siguiente, el 14 de junio, siete días antes del solsticio, el tren llegó a Denver. No habían comido desde la noche anterior en el coche restaurante, en algún lugar de Kansas. Y no se duchában desde la colina Mestiza.
-Intentaremos contactar con Quirón -dijo Annabeth-. Quiero hablarle de tu charla con el espíritu del río.
-No podemos usar el teléfono, ¿Verdad?
-No estoy hablando de teléfonos.
Caminaron sin rumbo por el centro durante una media hora, aunque no estaban seguros de lo que Annabeth iba buscando. El aire era seco y caluroso, y parecía raro tras la humedad de San Luis.
Dondequiera que miráran, los rodeaban las montañas Rocosas, como si fueran un tsunami gigantesco a punto de estrellarse contra la ciudad.
Al final encontraron un lavacoches con mangueras vacío. Se metieron en la cabina más alejada de la calle, con los ojos bien abiertos por si aparecían coches de policía. Éran cuatro adolescentes rondando en un lavacoches sin coche; cualquier policía que se ganara sus dónuts se imaginaría que no tramában nada bueno.
-¿Qué estamos haciendo exactamente? -preguntó Percy mientras Grover agarraba una manguera.
-Son setenta y cinco centavos -murmuró-. A mí sólo me quedan dos cuartos de dólar. ¿Annabeth?
-A mí no me mires -contestó-. El coche restaurante me ha desplumado.
Percy rebuscó el poco cambio que le quedaba y le pasó a Grover un cuarto de dólar, lo que le dejó dos monedas de cinco centavos y un dracma de Medusa.
-Fenomenal -dijo Grover-. Podríamos hacerlo con un espray, claro, pero la conexión no es tan buena, y me canso de apretar.
-¿De qué estás hablando? -preguntó Charlie
Metió las monedas y puso el selector en la posición "LLUVIA FINA".
-Mensajería I.
-¿Mensajería instantánea?
-Mensajería Iris -corrigió Annabeth-. La diosa del arco iris, Iris, transporta los mensajes para los dioses. Si sabes cómo pedírselo, y no está muy ocupada, también lo hace para los mestizos.
-¿Invocas a la diosa con una manguera?
Grover apuntó el pitorro al aire y el agua salió en una fina lluvia blanca.
-A menos que conozcas una manera más fácil de hacer un arco iris.
Y vaya que sí, la luz de la tarde se filtró entre el agua y se descompuso en colores.
Annabeth me tendió una palma.
-El dracma, por favor.
Se lo dio.
Levantó la moneda por encima de su cabeza.
-Oh, diosa, acepta nuestra ofrenda. -Lanzó el dracma dentro del arco iris, que desapareció con un destello dorado-. Colina Mestiza -pidió Annabeth.
Por un instante, no ocurrió nada.
Después tuvieron ante si la niebla sobre los campos de fresas, y el canal de Long Island Sound en la distancia. Era como si estuviéran en el porche de la Casa Grande. De pie, dándoles la espalda, había un tipo de pelo rubio apoyado en la barandilla, vestido con pantalones cortos y camiseta naranja. Tenía una espada de bronce en la mano y parecía estar mirando fijamente algo en el prado.
-¡Luke! -lo llamó Percy.
Se volvió, sorprendido.
-¡Percy! -Su rostro marcado se ensanchó en una sonrisa-. ¿Y ésa es Annabeth? ¡Alabados sean los dioses! Eh, chicos, ¿Están bien?
-Estamos... bueno... Sí, bien -balbuceó Annabeth. Se alisaba la camiseta sucia y se peinaba para apartarse el pelo de la cara-. Pensábamos que Quirón... bueno...
-Está abajo en las cabañas. -La sonrisa de Luke desapareció-. Estamos teniendo algunos problemas con los campistas. Escuchen, ¿Va todo bien? ¿Le pasó algo a Grover? Diganme que Charlie está bien.
-¡Estoy aquí! -gritó Grover. Apartó el pitorro y entró en el campo de visión de Luke- Y aquí está Charlie, sana y salva. -la empujó para que Luke la viera y lo saludó con la mano-. ¿Qué clase de problemas?
En aquel momento un enorme Lincoln Continental se metió en el lavacoches con la radio emitiendo hip hop a tope. Cuando el coche entró en la cabina de al lado, el bajo vibró tanto que hizo temblar el suelo.
-Quirón tenía que... ¿Qué es ese ruido? -preguntó Luke.
-¡Yo me encargo! -exclamó Annabeth, aparentemente aliviada por tener una excusa para apartarse de en medio-. ¡Venga, Grover!
-¿Qué? -dijo Grover-. Pero...
-¡Dale a Percy la manguera y ven! -le ordenó.
Grover murmuró algo sobre que las chicas eran más difíciles de entender que el oráculo de Delfos, después le entregó la manguera a Pecry y siguió a Annabeth.
-¡Quirón tuvo que detener una pelea! -aulló Luke por encima de la música-. Las cosas están muy tensas aquí, Percy. Se ha corrido la voz de la disputa entre Zeus y Poseidón. Aún no sabemos cómo; probablemente el mismo desgraciado que invocó al perro del infierno. Ahora los campistas están empezando a tomar partido. Se están organizando otra vez como en la guerra de Troya. Afrodita, Ares y Apolo apoyan a Poseidón, más o menos. Atenea está con Zeus.
En la cabina contigua se oía a Annabeth discutir con un tipo, después el volumen de la música descendió drásticamente.
-¿Y en qué situación están? -preguntó Luke-. Quirón sentirá no haber podido hablar con ustedes.
Percy se lo contó todo, incluidos sus sueños. No se dieron cuenta de cuánto tiempo llevaban hablando, hasta que sonó el pitido de la manguera y advertieron que sólo me quedaba un minuto antes de que se cortara el agua.
-Ojalá estuviera ahí -dijo Luke-. Me temo que no podemos ayudarte demasiado desde aquí, pero escucha... Tiene que ser Hades el que robó el rayo maestro. Estaba en el Olimpo en el solsticio de invierno. Yo acompañaba una excursión y lo vimos.
-Pero Quirón dijo que los dioses no pueden tocar los objetos mágicos de los demás directamente.
-Eso es cierto -convino Luke, y parecía agobiado-. Aun así... Hades tiene el yelmo de oscuridad. Si no, ¿Cómo es posible entrar en la sala del trono y robar el rayo maestro? Hay que ser invisible.
Los tres se quedaron callados, hasta que Luke pareció darse cuenta de lo que acababa de decir.
-Un momento -protestó-. No estoy diciendo que haya sido Annabeth. La conozco desde siempre. Ella jamás... quiero decir que es como una hermana pequeña para mí.
Charlie se preguntó si a Annabeth le gustaría esa descripción. En la cabina contigua la música cesó por completo. Un hombre gritó horrorizado, se oyeron cerrarse las portezuelas del coche y el Lincoln salió del lavacoches a toda velocidad.
-Será mejor que vayan a ver qué ha sido eso -dijo Luke-. Oye, ¿Estás usando las zapatillas voladoras? Me sentiré mejor si sé que te sirven de algo.
-¡Oh... sí, claro! -mentió con desfachatez-. Me han venido muy bien
-¿En serio? -Sonrió-. ¿Te van bien?
El agua se terminó. La lluvia fina empezó a evaporarse.
-¡Bueno, cuidense ahí en Denver! -gritó Luke, y su voz fue amortiguándose-. ¡Y dile a Grover que esta vez irá mejor! Que nadie se convertirá en pino si...
Pero la lluvia había desaparecido y la imagen de Luke se desvaneció por completo. Estaban solos en una cabina mojada y vacía de un lavacoches.
Annabeth y Grover aparecieron por la esquina, riendo, pero se detuvieron al verle la cara a Percy. La sonrisa de Annabeth desapareció.
-¿Qué pasó, Percy? ¿Qué dijo Luke?
-No demasiado -mintió-. Bueno, vamos a buscar algo de cenar.

La Protectora del Olimpo IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora