El Gateway Arch

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PARTE EDITADA

Cuando el tren frenó, Charlie se cayó de su asiento. Llevaba más de quince horas seguidas durmiendo. Percy la ayudó a levantarse y Grover se estiró. Antes de que pudiera despertarse por completo, dijo:

—Comida.

—Venga, chico cabra —dijo Annabeth—. Vamos a hacer turismo cultural.

—¿Turismo? —preguntó Charlie.

—El Gateway Arch —explicó—. Puede que sea mi única oportunidad de subir. ¿Vienen o no?

Grover y Percy intercambiaron miradas. Charlie no tenía muchas ganas de salir, quería seguir durmiendo.

Al final Grover se encogió de hombros.

—Si hay un bar sin monstruos, vale.

El arco estaba a un kilómetro y medio de la estación. A última hora, las colas para entrar no eran tan largas. Se abrieron paso por el museo subterráneo, vieron vagones cubiertos y otras antiguallas del mil ochocientos. No era muy emocionante, pero Annabeth no dejó de contarles cosas interesantes de cómo se había construido el arco, y Grover no dejó de pasarles gominolas, así que tampoco se aburrieron.

—Chicos —les dijo Percy—, ¿saben los símbolos de poder de los dioses?

Annabeth estaba intentando leer la historia del arco, pero levantó la vista.

—¿Sí?

—Bueno, Hade... —Grover se aclaró la garganta—. Estamos en un lugar público... ¿Te refieres a nuestro amigo de abajo?

—Esto... sí, claro. Nuestro amigo de muy abajo. ¿No tiene un gorro como el de Annabeth?

—¿El yelmo de oscuridad? —preguntó ella—. Sí, ése es su símbolo de poder. Lo vi junto a su asiento durante el concilio del solsticio de invierno.

—¿Estaba allí?

Annabeth asintió.

—Es el único momento en que se le permite visitar el Olimpo: el día más oscuro del año. Pero si lo que oí es cierto, su casco es mucho más poderoso que mi gorra de invisibilidad.

—Le permite convertirse en oscuridad —confirmó Grover—. Puede fundirse con las sombras o atravesar paredes. No se le puede tocar, ver u oír. Y es capaz de irradiar un miedo tan intenso que puede volverte loco o paralizarte el corazón. ¿Por qué crees que todas las criaturas racionales temen la oscuridad?

—Pero entonces... ¿Cómo sabemos que no está aquí justo ahora, vigilándonos? —preguntó Charlie.

Annabeth y Grover intercambiaron sendas miradas.

—No lo sabemos —repuso Grover.

—Gracias, eso me hace sentir mucho mejor —respondió Percy—. ¿Te quedan gominolas azules?

—¿Eres claustrofóbico? —le preguntó Charlie a Percy al ver su expresión cuando llegó el asensor.

—No soporto los lugares cerrados —dijo él—. Me vuelven loco.

Los apretujaron en una de las cabinas, junto a una señora gorda y su perro, un chihuahua con collar de estrás.

Empezaron a subir por el interior del arco. Charlie nunca había estado en un ascensor curvo, hubiera sido una linda experiencia, si no estuviera tan nerviosa. Sentía la presencia de un monstruo.

—¿No tienen padres? —preguntó la gorda a los cuatro chicos.

Tenía ojos negros y brillantes; dientes puntiagudos y manchados de café; llevaba un sombrero tejano de ala flácida, y un vestido que le sacaba tantos michelines que parecía un zepelín vaquero.

La Protectora del Olimpo IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora