UCI - PRIMERA SEMANA

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Cuando supe que haría las prácticas enteras en el hospital y no la mitad en una clínica dental (como siempre quise) dije: No quiero que me toque ni en urgencias, ni en quirófano ni en UCI.                                                                               Yo me conozco, se perfectamente por que lo decia, pero como tengo la mejor suerte de todas, como ya sabes, me toco en UCI.
En cuanto me lo dijeron regresaron a mi las taquicardias de cuando era pequeña y estaba en frente de aquella dichosa puerta.
No me gusta el dolor ajeno, no puedo con el dolor ajeno, no soporto el dolor ajeno. Es algo que me enferma, que me apaga, que me inutiliza. Lo sé desde que en primero de la ESO sentí en mi espalda cada latigazo que le dieron al protagonista de "La Pasión de Cristo". Por eso mismo no quería ir ni a UCI ni a Urgencias. Por que hay mucho dolor, demasiado para poder asimilarlo.
Pero allí fui.
Primera planta.
Puerta enorme de acero.
Botón rojo para abrir, como si fuese emergencia, como si fueses a entrar al mismísimo infierno.
Se abre, en silencio y de frente ocho camas, casi todas ocupadas. La que tengo en frente me encuentro con un señor con una traqueostomía. La primera que he visto en mi vida sin curar.
-No pienses, no pienses, se piedra, se fuerte.
Me repetía eso cada minuto.
En ese lugar, con luz tenue y lleno de pitidos, sentía dolor, demasiado dolor. Mi alma iba absorbiendo poco a poco algo de todas aquellas personas, ninguna estaba lo suficientemente bien como para hablar, como para decir un "hola", como para decir un "por favor".
No recuerdo muy bien lo que pasó ese día, demasiadas sensaciones, demasiada información, demasiados cambios, demasiados sustos. Solo sé que pensaba:
-Si aquí estamos así, como será la otra, la "UCI SUCIA" donde están los pacientes COVID.
Y se me encogía el corazón.

(Quiero aclarar algo. El dolor que siento, el dolor que ellos tienen, es de alma, no de cuerpo, están bien atendidos, en las mejores manos y se preocupan mucho de que estén lo mejor posible, y lo están. La medicina es una locura, pero lo que no curan ahí dentro es todo lo interno, todo lo que pasa en la cabeza de la persona. Toda la soledad que siente, la desesperación, el cansancio, la impotencia y el dolor de estar ahí, de tener que estar ahí, no estar en casa, no estar con su gente, si no ahí, con personas ajenas, que ni te conocen ni te conocerán.
Eso es lo que a mi me duele: lo que ellos sienten, lo que ellos temen, lo que ellos sufren.)

El segundo día fue el más duro de la semana. Aún me duele.
A las ocho menos unos minutos calqué ese botón de emergencias y la puerta se abrió. Había mucha gente, los de mi turno y los del anterior. Todos hablando, dándose el parte, contando cómo pasaron la noche y lo que había que hacer.
Había caras nuevas, o simplemente no las recordaba así. Pero parecía que no me tenía que importar, fuese quien fuese, yo debía hacer mi trabajo lo mejor posible. Así que nos pusimos manos a la obra, había que hacer higienes y a la vez el cambio de camas.
Empezamos por el siete, era uno de los que le tocaban a mi auxiliar. Cogemos todo lo necesario: tres fundas de almohada (o cinco, depende), tres sábanas, seis toallas, una colcha, diez esponjas, tres o cuatro empapadores, las jarras con agua caliente y si era necesario, el champú, la espuma y las maquinillas de afeitar. Dejábamos todo encima de una mesita y nos preparamos nosotros: Una bata verde y guantes. Ya estaba, manos a la obra.
Destapamos al paciente, le ponemos una toalla por encima para que no le coja el frio (y por intimidad) y empezamos. De repente se empieza a crear un bullicio sutil que va en aumento. Estaba tan concentrada que no me había dado cuenta de que había ingresado otra persona. No podía respirar, se ahogaba, se olvidaba de hacerlo, había que recordárselo. Empecé a sentir su ansiedad, su miedo, su cansancio, pero seguí con lo mío. Había mucho que hacer y yo no podía ayudar a esa mujer.
-¡Respira! ¡No estás respirando! ¡Déjate llevar! ¡Tienes que respirar! - repetían cada poco.
-¡Respire mujer, que le va la vida en ello! - Dijeron una vez, parece ser que eso funcionó por que pronto todo dejó de pitar.
Habíamos terminado el aseo de esa cama y empezamos con la otra.
-Rosa, cuando terminéis prepararlo para canalizarle la vía central- Dijo una doctora que se acercó por ahí.
-Vale, Doctora, en diez minutos está.
Así que terminamos el aseo y empezamos a preparar todo lo necesario : una vía central de tres luces, tres paños adhesivos estériles, una bata estéril, guantes estériles, dos esponjas de clorhexidina, una jeringa de insulina con aguja subcutánea, una jeringa de 10cc, tres llaves de tres pasos, una aguja de cargar, una aguja intramuscular, un vial de heparina 1%, otro de lidocaína 2%, un suero fisiológico de 10cc, un apósito de vía central y un paquete de seda con una aguja recta de 2/0.
Una vez que teníamos todo listo, avisamos a la doctora y nos vestimos otra vez : bata, guantes y también gorro. Entramos a la zona de la cama (el paciente estaba aislado, una vez que se entraba no se podía salir) y todos empezaron a hacer sus funciones. Mi único trabajo era agarrarle las manos, para que no las subiera y se hiciese daño (estaba cansada de hacer eso, en otra cosa no, pero en métodos de contención soy una experta, es lo que tiene haber trabajado con dos odontopediatras) y me puse en posición. Empezaron a lavar la zona, a hacerla lo más esteril posible, a pegar los paños y de un momento a otro a abrir la vía. Como ya he dicho siempre he tenido pánico a las agujas, pero con el tiempo lo fui superando, tanto que podría ver sin problema ninguno, aplicar anestesia en la zona de los incisivos superiores, hacer análisis de sangre tanto a mi como a otra persona y tatuarme todas las veces que me he tatuado. Con el tiempo y con trabajo ver una aguja no causaba en mi nada, ni siquiera verla inyectada y así fue, vi como intentaba coger la yugular sin problema ninguno, vaciar sangre en una gasa, y volver a pinchar con esa aguja que podría ser mas ancha que la tinta de un boli bic. No me pasaba nada, no sentía nada, era otro día mas en la oficina. Hasta que, en un momento empecé a sentirlo. Empecé a ver las manos temblar de la doctora, empecé a notar como las manos del hombre se movían (cuando no tenía ni fuerzas para abrir los ojos), empecé a notar que le dolía, que le dolía mucho, lo suficiente como para levantar las manos, como para obtener fuerza donde antes ni parecía que había vida. Empezó a adueñarse el pánico de mi pero repetí mi mantra y pareció disminuir.
-Quedará poco, verás como quedará poco. - me decía.
Dos intentos fallidos después empezó a dolerme la cabeza, el estómago y a querer escapar. Sentía exactamente lo mismo que cuando era pequeña y estaba metida en aquella puta habitación.
-Deme las maniños a mi, yo se las agarro- Le decía a al señor con todo el cariño que podía haber en mi interior, por que lo entendía, lo entendía mejor de lo que él podía imaginar. Le agarraba las manos y se las bajaba con todo el cuidado que pude encontrar en mi, se las acariciaba intentando calmarlo y calmarme pero ya iban siete intentos, ya iban siete pinchazos y cada vez que escuchaba decir : "No te muevas, que se me escapa y tengo que pincharte otra vez " su mundo y el mío nos caía encima, aplastándonos, quitándonos el aire. No sé cuánto tiempo pasó, por que dejé de ver al exterior y me concentré en él y en mi, pero seguía escuchándola, seguía notándolo todo, asi que, mi cuerpo, harto, decidió darme las señales que sabía que no ignoraría. Empecé a sentirme como me sintiera aquella noche de enero cuando pensé que me moría, cuando perdí la consciencia dos veces seguidas, cuando me llevé un golpe increíble en la cabeza y después me desperté tirada en la cama con mi madre al otro lado del télefono. Sabía que si no paraba, si no abandonaba a ese hombre todo iba a acabar mal, así que pronuncié las palabras que siempre temo pronunciar por que no hay nada que más deteste que reconocer mis debilidades.
-Rosa, creo que me estoy encontrando mal.
Toda la UCI se giró a verme y exacto, estaba blanca, blanca como las sábanas, así que me dijeron que soltara las manos y me querían acompañar a sentarme. No lo consentí, por supuesto, había sido egoísta con aquel hombre por dejarlo solo ante todo aquello, ya me pesaba lo suficiente, como para añadirle que alguien me tuviese que ayudar por culpa de ser como soy. Me arranqué la bata, tiré los guantes y me senté.
Pasó un tiempo y la gente me iba preguntando como estaba, yo decía que bien, por que en verdad yo estaba bien, pero nadie me creía. Escuche a la doctora murmurar a mi auxiliar "si le da impresión la sangre habría que haberlo sabido" . Eso me hizo explotar en mi interior. No estoy programada para soportar la superioridad de algunos sujetos, y esa mujer sudaba egocentrismo, así que cerré los ojos y me intenté calmar, pero no funcionó, tenía que decirle todo lo que necesitaba pronunciar, pero no podía, estábamos delante de demasiada gente, con pacientes, con todo, no podía hacerlo, asi que me lo dije para mi misma.
-No cariño, no, no me da impresión la sangre, ninguna, me es indiferente, lo que me jode, lo que me daña, lo que me hace estar así es que estás acribillando al pobre hombre por que tus putos aires de diva hicieron que no aceptases que otro doctor te sirviese de guía desde un principio, cosa que ahora si necesitas, después de hacer todo lo que has hecho.
Me sentí mucho mejor, tanto que me pude levantar.
Era hora de mi descanso y como Rosa me dijo, me fui a ello, volví a abandonar al pobre hombre allí, a su suerte, pero me fui, llena de ansiedad, miedo, desesperación y dolor. Hice lo que mejor se me da, huir.
(Sé que no tengo ni idea de como va todo eso, que solo soy una simple auxiliar, se que todo es mucho mas complicado de lo que parece y se que igual esa médica es cojonuda, pero yo soy alguien muy visceral, que se deja llevar por las sensaciones, y yo sentía que aquello no estaba siendo como debería ser, asi que sí, puede que todo tuviese que ser como ella hizo, pero si en verdad es así, la medicina no está tan avanzada como creía)
Me fui al vestuario, tomé mi zumo, me senté y me perdí durante unos minutos. Quince más y ya estaba de vuelta.
Allí seguía la doctora pero esta vez ya estaba fijando la vía con puntos. Había tardado más de media hora en canalizar la vía, no sé cuanto se suele tardar, pero a mi me había parecido una tortura.
Intenté olvidarme de todo eso y hacer algo de tiempo hasta que terminasen, así fue, y nos pusimos a preparar un alta, una buena noticia, me hacía falta.

una TCAE en PRÁCTICASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora