II

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Mas al segundo día, a quinientas millas de la costa francesa, en una
tarde tempestuosa, el telégrafo sin hilos nos transmitió un despacho
cuyo contenido decía:
Arsenio Lupin a bordo de su navío, primera clase, cabellos rubios,
herida antebrazo derecho, viaja solo, bajo el nombre de R…
En este preciso momento, en el cielo sombrío, estalló un violento trueno.
Las ondas eléctricas quedaron interrumpidas. El resto del despacho ya
no llegó a nosotros. Del nombre bajo el cual se ocultaba Arsenio Lupin
no se supo más que la inicial.
Si se hubiera tratado de otra noticia, no dudo en absoluto que el secreto
hubiera sido guardado escrupulosamente por los empleados de la
estación radiotelegráfica, así como por el comisario de a bordo y por el
capitán. Pero hay acontecimientos que parecen romper la discreción
más rigurosa. Aquel mismo día, sin que pueda decirse en qué forma, el
hecho había sido propalado, ya todos sabíamos que el famoso Arsenio
Lupin se ocultaba entre nosotros.
¡Arsenio Lupin entre nosotros! ¡El ladrón inapresable, del cual se
contaban las proezas en todos los periódicos desde hacía meses! ¡El
enigmático personaje con el que el viejo Ganimard había entablado
aquel duelo a muerte cuyas peripecias se desarrollaban de manera tan
pintoresca! Arsenio Lupin, el fantasista caballero que no opera sino en
los castillos y los salones y que, una noche en que había penetrado en
casa del barón Schormann, se había marchado con las manos vacías,
dejando su tarjeta ornada con esta fórmula: «Arsenio Lupin, el
caballero ladrón, volverá cuando los muebles de esta mansión sean
auténticos».
¡Arsenio Lupin, el hombre de los mil disfraces, que tan pronto aparecía
como chófer, como tenor, como corredor de apuestas, como hijo de
familia, como adolescente, como un anciano, como viajante de comercio
marsellés, como médico ruso o como torero español!
Hay que darse cuenta de esto: ¡Arsenio Lupin, yendo y viniendo dentro
del marco relativamente restringido y estrecho de un transatlántico!
¡Qué digo yo!: en este pequeño rincón que representa la primera clase
de un navío, donde las gentes se encuentran unas a otras a cada
instante, en este comedor, en este salón, en esta sala de fumar Arsenio
Lupin era quizá aquel señor…, o aquel otro…, o mi vecino de mesa…, o
mi compañero de camarote…
—Y esto va a durar todavía cinco veces veinticuatro horas —exclamó al
día siguiente, por la mañana la señorita Nelly Underdown—. Pero ¡esto
es intolerable! Yo espero que le detendrán.
Y dirigiéndose a mí, agregó:

Arsenio Lupin, caballero ladrónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora