XVII

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jueves 28 de septiembre. Y cual es justo, no me conformaré con objetos
que no sean los indicados.
Le ruego perdone las pequeñas molestias que le causo, y sírvase aceptar
la expresión de mis sentimientos de respetuosa consideración.
ARSENIO LUPIN.
P. S. —Sobre todo no me envíe el más grande de los Watteau. Aun
cuando usted haya pagado por él en la Casa de Ventas treinta mil
francos, no es sino una copia, pues el original fue quemado en tiempos
del Directorio por Barras, en una noche de orgía. Consulte usted las
Memorias inéditas de Garat.
Tampoco me interesa la castellana Luis XV, cuya autenticidad me parece
dudosa.
Esta carta trastornó al barón de Cahorn. Firmada por cualquier otra
persona, aquella le hubiera dejado considerablemente alarmado, pero
¡firmada por Arsenio Lupin!
Lector asiduo de la prensa, estaba al corriente de todo cuanto ocurría
en el mundo en hechos de robos y crímenes, y no ignoraba nada con
respecto a las hazañas del infernal ladrón. Verdad es que sabía que
Lupin, detenido en América por su enemigo Ganimard, se hallaba preso
y que se estaba tramitando su proceso, y con qué dificultad. Pero sabía
también que cabía esperarlo todo por parte de él. Por anticipado,
pensaba que aquel conocimiento exacto del castillo, de la colocación de
los cuadros y de los muebles constituía un indicio de los más temibles.
¿Quién le había informado sobre cosas que nadie había visto jamás?
El barón alzó la mirada y contempló la silueta indómita del castillo de
Malaquis, su pedestal abrupto, el agua profunda que lo rodea, y se
encogió de hombros. No, decididamente no había peligro alguno. Nadie
en el mundo podría penetrar hasta el santuario inviolable de sus
colecciones.
Nadie, sí; pero ¿y Arsenio Lupin? ¿Para Arsenio Lupin, acaso existen
puertas, puentes levadizos, murallas? ¿De qué sirven los obstáculos
mejor imaginados, las más hábiles precauciones, si Arsenio Lupin ha
decidido apoderarse de un determinado objeto?
Aquella misma noche escribió al fiscal de la República de Rouen. Le
envió la carta con las amenazas y pidió ayuda y protección.
La respuesta no tardó en llegar: encontrándose el llamado Arsenio
Lupin actualmente detenido en la Santé, vigilado de cerca y en la
imposibilidad de escribir, aquella carta no podía ser sino la obra de un
mixtificador. Todo lo demostraba así, por igual la lógica que el buen
sentido, que la realidad de los hechos. Sin embargo, y por exceso de
prudencia se había comisionado a un perito en el examen de la escritura

Arsenio Lupin, caballero ladrónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora