X

329 8 0
                                    

inquieta por sí misma, ella buscó a mi lado una protección, una
seguridad que yo me sentía dichoso de otorgarle.
En el fondo, yo bendecía a Arsenio Lupin. ¿Acaso no era él quien nos
aproximaba a la señorita Nelly y a mí? ¿No era gracias a él que yo tenía
el derecho de abandonarme a los más hermosos sueños? Sueños de
amor y sueños menos quiméricos, ¿por qué no confesarlo? Los Andrézy
son de una familia de buena cepa, pero sus blasones se hallan un tanto
descoloridos, y a mí no me parecía indigno de un gentilhombre el pensar
en dar a su nombre el brillo perdido.
Y estos sueños, yo lo presentía, no ofuscaban en absoluto a Nelly. Sus
ojos sonrientes me autorizaban a tenerlos. La dulzura de su voz me
decía que esperase.
Y hasta el último momento, acodados sobre la baranda, permanecimos
el uno junto al otro, mientras la línea de las costas americanas desfilaba
ante nosotros.
Las investigaciones habían sido interrumpidas. Había un compás de
espera. Desde las clases de primera hasta el entrepuente, donde
hormigueaban los emigrantes, se esperaba el momento supremo en el
que al fin se explicaría el enigma insoluble. ¿Quién era Arsenio Lupin?
¿Bajo qué nombre, bajo qué máscara se ocultaba el famoso Arsenio
Lupin?
Y ese momento supremo llegó. Viviría yo cien años y no me olvidaría
hasta del más ínfimo detalle.
—¡Qué pálida se encuentra usted, señorita Nelly! —le dije a mi
compañera, que se apoyaba en mi brazo completamente desfallecida.
—¡Y usted! —me respondió ella—. ¡Ah!, ¡qué cambiado está usted!
—¡Imagínese! Este momento es apasionante, y yo me siento tan feliz de
vivirlo junto a usted, señorita Nelly… Tal me parece que el recuerdo de
usted se hará más profundo…
Pero ella no escuchaba. Estaba palpitante y febril. La pasarela fue
bajada. Pero antes que quedáramos en libertad de cruzarla, un grupo de
personas subió a bordo; eran aduaneros, hombres de uniforme,
personal de Correos.
La señorita Nelly balbució:
—Ahora descubrirán que Arsenio Lupin se ha escapado durante la
travesía, y a mí no me sorprendería.
—Quizá prefirió la muerte a la deshonra y se arrojó al Atlántico antes de
ser detenido.

Arsenio Lupin, caballero ladrónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora