XXVII

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-En Arsenio Lupin.


-¡En Arsenio Lupin! Suponer eso equivaldría a admitir su intervención


en el robo.


-Yo la admito. Y más aún: yo la considero como cosa segura.


-Vamos, Ganimard, eso es absurdo, Arsenio Lupin está en la cárcel.


-Sí. Arsenio Lupin está en la cárcel. Está vigilado, le concedo a usted


esto. Pero aunque tuviera grilletes en los pies, las muñecas amarradas


con cuerdas y una mordaza en la boca..., a pesar de ello yo no


cambiaría de opinión.


-¿Y por qué esa obstinación suya?


-Porque solamente Arsenio Lupin tiene talla suficiente para combinar


una maquinaria de esa envergadura, y además combinarla de modo tal


que tuviese éxito..., como, en efecto, lo ha tenido.


-Eso son sólo palabras, Ganimard.


-Pero unas palabras que constituyen realidades. Es inútil andar


buscando subterráneos, piedras que giran sobre una espiga y tonterías


de ese género. Nuestro individuo no empleó en su juego procedimientos


tan anticuados. Se trata de un hombre de nuestro tiempo o, más bien


dicho, del tiempo futuro.


-Entonces, ¿las conclusiones de usted cuáles son?


-Mis conclusiones son el pedirle a usted concretamente autorización


para pasar una hora con él.


-¿En su celda?


-Sí. Al regreso de América, durante la travesía, hemos mantenido


excelentes relaciones, y me atrevo a decir que siente cierta simpatía por


quien logró detenerle. Si puede darme informes sin comprometerse, no


dudará en evitarme un viaje inútil.


Era un poco después del mediodía cuando Ganimard fue llevado a la


celda de Arsenio Lupin. Éste, tendido sobre su lecho, alzó la cabeza y


lanzó un grito de alegría.


-¡Ah, caramba! Esto es una verdadera sorpresa. ¡Ver aquí a mi querido


Ganimard!


-El mismo en carne y hueso.

Arsenio Lupin, caballero ladrónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora