IV

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—Esa es una seña un poco vaga.
—Segundo, viaja solo.
—Si esta particularidad le basta a usted…
—Tercero, es rubio.
—Y luego, ¿qué?
—Luego, nosotros ya no tenemos más que consultar la lista de pasajeros
y proceder por el sistema de eliminación.
Yo tenía esa lista en mi bolsillo. La tomé y me puse a examinarla.
—En primer lugar, noto que sólo hay trece personas cuya inicial llame
nuestra atención.
—¿Trece solamente?
—En primera clase, sí. Y de esas trece personas cuya inicial es R…,
como ustedes pueden comprobar, nueve vienen acompañadas de
esposas, de niños o de criados. Quedan sólo cuatro personas aisladas: el
marqués de Raverdan…
—Secretario de embajada… —interrumpió la señorita Nelly—. Yo le
conozco.
—El comandante Rawson…
—Es mi tío —dijo alguien.
—El señor Rivolta…
—Presente —exclamó uno de entre nosotros, un italiano, cuyo rostro
desaparecía bajo una barba del más hermoso color negro.
La señorita Nelly estalló, a reír.
—El señor no es precisamente rubio.
—Entonces —volví a hablar yo— estamos obligados a llegar a la
conclusión de que el culpable es el último de la lista.
—¿O sea?
—O sea el señor Rozaine. ¿Alguien de ustedes conoce al señor Rozaine?

Arsenio Lupin, caballero ladrónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora