XVIII

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y éste declaró que, a pesar de ciertas analogías, aquella escritura no era
la del detenido.
«¡A pesar de ciertas analogías!». Estas palabras se grabaron
especialmente en el pensamiento del barón, pues en ellas veía la
declaración de una duda que, en su concepto, debiera ser suficiente
para que la justicia interviniese. Sus temores se exasperaron. No cesaba
de releer la carta. «Yo mismo haré proceder a su traslado». Y aquella
fecha exacta: la noche del miércoles 27 al jueves 28 de septiembre…
Lleno de sospechas y taciturno, el barón no se había atrevido a
confiarse a sus criados, cuya devoción hacia él no le parecía hallarse al
abrigo de toda prueba. No obstante, por vez primera después de muchos
años, experimentaba la necesidad de hablar, de pedir y oír consejo.
Abandonado por la justicia de su patria, ya no esperaba poder
defenderse con sus propios recursos y estuvo a punto de marcharse a
París a implorar la ayuda de algún antiguo policía.
Los días pasaron. Al tercero, mientras leía sus periódicos, se estremeció
de alegría. El Réveil de Caudebec publicaba este suelto:
Tenemos el placer de que se encuentre entre nuestras murallas, pronto
hará tres semanas, el inspector jefe Ganimard, uno de los veteranos del
servicio de seguridad. El señor Ganimard, al cual la detención de
Arsenio Lupin, su más reciente proeza, le ha valido fama en toda
Europa, descansa aquí de sus prolongadas tareas, pescando gobios y
brecas.
¡Ganimard! He ahí al auxiliar que buscaba el barón de Cahorn. ¿Quién
mejor que el hábil y paciente Ganimard sabría hacer malograr los
proyectos de Lupin?
El barón ya no dudó más. Seis kilómetros separaban el castillo de la
pequeña ciudad de Caudebec. Los recorrió con paso alegre, como un
hombre estimulado por la esperanza de la seguridad.
Tras varios intentos infructuosos para descubrir la dirección del
inspector jefe, se dirigió a las oficinas del Réveil , situadas en medio del
muelle. Allí encontró al redactor que había escrito la gacetilla, el cual,
acercándose a la ventana, exclamó:
—¿Ganimard? Puede estar usted seguro de encontrarle a lo largo del
muelle, con la caña de pescar en la mano. Es allí donde yo entablé
conocimiento con él y donde leí por casualidad su nombre grabado en la
caña. Escuche, es aquel viejecito que se divisa allí, bajo los árboles del
paseo.
—¿El que lleva una levita y sombrero de paja?

Arsenio Lupin, caballero ladrónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora