XXV

105 2 0
                                    

—Es una idea que se me ha ocurrido.
—¿Qué idea?
—Ya volveremos a hablar de eso si la investigación no da resultado.
Solamente que no diga usted una sola palabra de mí, si usted pretende
que yo tenga éxito.
Y luego añadió entre dientes:
—Y además, verdaderamente, yo no tengo de qué vanagloriarme. Los
dos agentes recobraban poco a poco el conocimiento, con ese aire
atontado de quien sale de un sueño hipnótico. Abrían los ojos
asombrados y trataban de comprender. Cuando Ganimard los interrogó,
no se acordaban de nada.
—Sin embargo, ustedes debieron ver a alguien. ¿No?
—No.
—¿Recuerdan?
—No, no.
—¿Y no han bebido nada?
Reflexionaron, y uno de ellos respondió:
—Sí, yo he bebido un poco de agua.
—¿Agua de esta botella?
—Sí.
—Y yo también —declaró el segundo.
Ganimard observó el agua y la probó. No tenía ningún gusto especial,
ningún olor.
—Vamos —dijo después—; estamos perdiendo nuestro tiempo. No es en
cinco minutos que se resuelven los problemas planteados por Arsenio
Lupin. Pero, ¡caray! Juro que lo atraparé otra vez. Ha ganado la
segunda partida, pero a mí me corresponderá la definitiva.
Aquel mismo día el barón de Cahorn presentó una denuncia por robo
contra Arsenio Lupin, ¡que estaba detenido en la Santé!

Arsenio Lupin, caballero ladrónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora