XXVI

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Dicha denuncia el barón la lamentó después con frecuencia, cuando vio


el castillo de Malaquis invadido por los gendarmes, el fiscal, el juez de


instrucción, los periodistas y todos los curiosos que siempre se mezclan


allí donde jamás debieran estar presentes.


El suceso apasionaba a la opinión pública, pues, además de producirse


en circunstancias tan extrañas, el nombre de Arsenio Lupin excitaba a


tal punto la imaginación, que las historias más fantásticas llenaban las


columnas de los periódicos y eran objeto de aceptación entre el público.


Pero la primera carta de Arsenio Lupin que publicó el Echo de France ...


(y nadie supo jamás quién le había comunicado el texto al periódico),


aquella carta en que el barón era audazmente prevenido de lo que le


amenazaba, causó una gran emoción. Inmediatamente se plantearon


explicaciones fabulosas y se recordó la existencia de los famosos


subterráneos en el castillo. Y la policía, influida por ello, impulsó sus


investigaciones por ese camino.


El castillo fue registrado de arriba abajo. Se interrogó a cada una de


sus piedras. Se estudiaron los entarimados y las chimeneas, los marcos


de los espejos y las vigas de los techos. A la luz de las antorchas se


examinaron las cuevas y bodegas inmensas, donde los antiguos señores


del Malaquis almacenaban antaño sus municiones y sus provisiones. Se


sondearon las entrañas de las rocas. Pero todo fue en vano. No se


descubrió el menor vestigio del supuesto subterráneo. No existía en


absoluto un pasadizo secreto.


Sea, respondían todos por todas partes, pero el hecho es que se


desvanecieron muebles y cuadros como si hubieran sido fantasmas. Se


fueron a través de puertas y ventanas, y las personas que se apoderaron


de ellos se introdujeron y salieron del castillo igualmente por puertas y


ventanas. ¿Quiénes son esas personas? ¿Cómo penetraron en el castillo?


¿Y cómo salieron de él?


La Policía de Rouen, convencida de su impotencia, solicitó la ayuda de


los agentes de París. El señor Dudouis, jefe de Seguridad, envió a sus


mejores sabuesos de la brigada llamada de hierro. Y él mismo en


persona permaneció cuarenta y ocho horas en el castillo de Malaquis,


pero no tuvo mayor éxito.


Fue entonces cuando envió al inspector Ganimard, cuyos servicios había


tenido ocasión a menudo de apreciar.


Ganimard escuchó con atención las instrucciones de su superior, y


luego, inclinando la cabeza, pronunció estas palabras:


-Yo creo que se sigue un camino falso obstinándose en registrar el


castillo. La solución está fuera de él.


-¿Y dónde, entonces?

Arsenio Lupin, caballero ladrónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora