VII

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salvo Rozaine, viajaba solo, era rubio y tenía un nombre que comenzaba
por R? ¿A quién apuntaba el telegrama, si no era a Rozaine?
Y cuando Rozaine, algunos minutos antes del desayuno, se dirigió
audazmente a nuestro grupo, la señorita Nelly y lady Jerland se
levantaron de sus asientos y se alejaron.
Esa era una expresión de miedo bien manifiesta.
Una hora más tarde, una circular escrita a mano pasaba de mano en
mano entre los empleados de a bordo, la marinería y los viajeros de
todas clases: el señor Luis Rozaine prometía una suma de diez mil
francos a quien desenmascarase a Arsenio Lupin o encontrase a la
persona en cuyo poder estuvieran las alhajas robadas.
—Y si nadie acude en mi ayuda contra ese bandido —le declaró Rozaine
al capitán—, yo, por mi cuenta, me las veré con él.
Rozaine contra Arsenio Lupin, o, más bien, conforme a la frase que
corría de boca en boca, el propio Arsenio Lupin contra Arsenio Lupin. Y
esa lucha no dejaba de tener interés.
Tal lucha se prolongó durante dos días.
Se vio a Rozaine ir de un lado a otro, mezclarse entre el personal,
interrogar, huronear. Por las noches se observaba su sombra rondando.
Por su parte, el capitán desplegó la mayor energía y actividad. De
arriba abajo, y por todos los rincones, fue registrado el Provence . Se
registraron todos los camarotes, sin excepción, con el pretexto, que era
muy de justicia, de que los objetos estaban ocultos en algún lugar sin
importar qué lugar fuera, salvo el camarote del culpable.
—Así se acabará por descubrir algo, ¿no es verdad? —me preguntó la
señorita Nelly—. Por muy brujo que sea, no puede hacer que los
diamantes y las perlas se hagan invisibles.
—En efecto —le respondí yo—, o, de lo contrario, será preciso registrar
las copas de nuestros sombreros, el forro de nuestras americanas y todo
cuanto llevamos puesto. Y mostrándole mi máquina de retratar, que era
una 9 por 12, con la cual yo no dejaba de fotografiarla en las posturas
más diversas, le dije:
—Y en un aparato que no sea más grande que éste, ¿no cree usted que
habría lugar para esconder todas las piedras preciosas de lady Jerland?
Basta con simular que se toman vistas, y el truco queda hecho.
—Sin embargo, yo he oído decir que no existe ladrón alguno que no deje
detrás de él alguna huella.

Arsenio Lupin, caballero ladrónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora