XXIV

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De pronto saltó sobre los dos agentes, como si al fin le hubiera
impulsado la cólera, los sacudió furiosamente y los injurió. Pero no se
despertaron ni se movieron siquiera.
—¡Diablos! —exclamó—. ¿Acaso, por casualidad…?
Se inclinó sobre ellos y observó a uno tras otro con atención: dormían,
pero con un sueño que no tenía nada de natural.
Le dijo al barón:
—Los han dormido.
—Pero ¿quién?
—¡Caramba! Fue él… o su banda, pero dirigida por él. Este golpe
corresponde a su estilo. Es su garra.
—En ese caso, estoy perdido, no hay nada que hacer.
—Nada que hacer.
—Pero esto es abominable, es monstruoso.
—Presente usted una denuncia.
—¿Y de qué servirá?
—Caramba. Haga la prueba… La justicia tiene recursos…
—La justicia… Pero usted lo ve por sí mismo… En este momento, usted
podría estar ya buscando un indicio, descubrir alguna cosa, y usted no
se mueve siquiera.
—¡Descubrir algo con Arsenio Lupin! Pero, ¡querido señor, Arsenio
Lupin jamás deja nada detrás de él! No hay casualidades con Arsenio
Lupin. Estoy a punto de preguntarme si no habrá sido voluntariamente
que se hizo detener por mí en América.
—¡Entonces, yo debo renunciar a mis cuadros, a todo! Pero si lo que él
me ha robado son las perlas de mi colección. Yo daría una fortuna por
recobrarlas. Si nada se puede contra él, entonces que diga el precio.
Ganimard le observó fijamente.
—Esas son palabras sensatas. ¿No las retira usted?
—No, no, no. Pero ¿por qué?

Arsenio Lupin, caballero ladrónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora