VI

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espacio. Las monturas hallábanse sobre la mesa. Yo las vi, las vimos
todos, despojadas de sus joyas como flores de las que hubieran sido
arrancados los hermosos pétalos chispeantes y coloreados.
Y para ejecutar ese trabajo, durante la hora en que lady Jerland tomaba
el té, había sido preciso, en pleno día, y en un pasillo muy concurrido,
violentar la puerta del camarote, encontrar una pequeña bolsa
disimulada en el fondo de una caja de sombreros, abrirla y escoger.
No se alzó más que un solo grito entre nosotros. No hubo más que una
sola opinión entre todos los pasajeros cuando el robo fue descubierto:
«Es Arsenio Lupin». Y, en realidad, ésa era efectivamente su forma de
actuar, complicada, misteriosa, inconcebible… y, no obstante, lógica,
pues siendo difícil ocultar la fastidiosa masa que hubiera formado el
conjunto de alhajas, mucho menor era ese problema con pequeñas
cosas independientes unas de otras: perlas, esmeraldas, zafiros. Y en la
hora de la cena ocurrió esto: a derecha e izquierda de Rozaine, los dos
lugares permanecieron vacíos. Y por la noche supimos que aquél había
sido convocado por el capitán.
Su detención, cosa que nadie puso en duda, dio origen a una verdadera
sensación de alivio. Al fin respirábamos. Esa noche nos entregamos a
juegos menudos. Se bailó. La señorita Nelly, sobre todo, dio muestras de
una alegría aturdidora que me hizo ver que si acaso los homenajes de
Rozaine le habían sido gratos en un principio, ya no los recordaba en
absoluto. Su gracia acabó de conquistarme. Hacia la medianoche, bajo
la serena claridad de la luna, yo le declaraba mi devoción con una
emoción que no pareció desagradarle en absoluto.
Pero al día siguiente, ante la estupefacción general, se supo que, a causa
de que los cargos presentados contra él no eran suficientes, Rozaine
había quedado en libertad.
Hijo de un importante comerciante de Burdeos, había presentado
documentos que estaban completamente en regla. Además, sus brazos
no presentaban la menor huella de heridas.
—¡Documentos! ¡Certificados de nacimiento! —clamaron los enemigos
de Rozaine—. Pero ¡si Arsenio Lupin les presentaría a ustedes tantos
como ustedes quisieran! Y en cuanto a la herida, lo que ocurre es que no
sufrió ninguna… ¡o bien que él ha borrado la huella de la misma!
Una objeción que presentaba contra eso era que, a la hora del robo —y
ello estaba demostrado—. Rozaine se paseaba por el puente. A lo que
sus enemigos replicaban:
—¿Es que acaso un hombre del temple de Arsenio Lupin tiene necesidad
de asistir al robo que él mismo comete?
Y añadido a ello, aparte toda consideración extraña, había un punto al
cual hasta los más escépticos no podían ponerle un epílogo: ¿quién,

Arsenio Lupin, caballero ladrónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora