XXIII

117 3 0
                                    

Esa fue la única alarma. Ganimard pudo así reanudar su interrumpido
sueño, y el barón no escuchó otra cosa que los ronquidos de aquel,
sonoros y regulares.
Al despuntar el alba salieron de su celda. Una grande y serena paz, la
paz de la mañana en la orilla del agua fresca, envolvía al castillo.
Subieron la escalera: Cahorn radiante de alegría y Ganimard siempre
tranquilo. Ningún ruido. Nada de sospechoso.
—¿Qué le había yo dicho a usted, señor barón? En el fondo, yo no
debería haber aceptado… Me siento avergonzado…
Tomó las llaves y penetró en la galería.
Sobre dos sillas, encorvados, con los brazos colgantes, los dos agentes
dormían.
—¡Rayos y truenos! —gruñó el inspector.
En el mismo instante, el barón lanzaba un grito.
—¡Los cuadros!… ¡El aparador!…
Balbucía sofocado y con la mano extendida hacia los lugares vacíos,
hacia los muros desnudos donde resaltaban los clavos de colgar los
cuadros y donde pendían unas cuerdas ahora inútiles. ¡El Watteau había
desaparecido! ¡Los Rubens habían sido quitados de allí! Los tapices
habían sido llevados, las vitrinas vaciadas de sus joyas…
—Y mis candelabros Luis XVI… y el candelabro del Regente…, y mi
Virgen del siglo doce…
Corría de un lugar a otro, perdido, desesperado. Recordaba los precios
que había pagado por aquellas obras y objetos, le añadía las pérdidas
sufridas, acumulaba cifras, todo ello en torbellino, en palabras que
apenas se distinguían, en frases sin acabar. Tropezaba, se estremecía y
se convulsionaba, loco de rabia y de dolor. Se hubiera dicho que se
trataba de un hombre arruinado a quien ya no le queda otro recurso
que volarse la tapa de los sesos.
Si algo hubiera podido consolarle, hubiera sido el ver el estupor de
Ganimard. Al contrario del barón, aquél no se movía. Parecía
petrificado, y con mirada vaga examinaba las cosas. ¿Las ventanas?
Cerradas. ¿Las cerraduras de las puertas? Intactas. Ningún agujero en
el techo. Ninguna brecha en el piso. Todo aquello tenía que haberse
efectuado metódicamente, conforme a un plan inexorable y lógico.
—Arsenio Lupin… Arsenio Lupin… —murmuraba como hundido.

Arsenio Lupin, caballero ladrónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora