Epílogo

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Nuevamente el mismo ambiente, nuevamente la misma rutina. Mis manos se movían con desánimo para limpiar las gotas esparcidas en el borde de una destellante copa de cristal recién lavada. Hoy se cumplen seis meses desde que logré conseguir mi primer empleo de medio tiempo en una cafetería cercana a la universidad donde fui admitido, pero hoy también se cumple un año desde que sucedió el trágico incendio que costó la vida de mi novio, ¿acaso es inútil o masoquista que continúe llamándolo de esa forma? Tal vez sí, no lo sé, pero es como mi corazón aún lo define.

Todo brilla en mis recuerdos como si el suceso hubiese acontecido recientemente, con una frescura que me da escalofríos. Rememoro sus orbes brillantes por el reflejo producido por la desgraciada llamarada que nos rodeaba, su perfecta y hermosa sonrisa que aprendió a mostrar con regularidad gracias a mi ardua insistencia, nuestro último "te amo" compartido de forma recíproca segundos antes de caer ante una realidad que me abatiría hasta el corriente día.

No puedo decir que luego de su pérdida todo fue desgracia, afortunadamente tuve una sólida familia en la cual apoyarme para superar el duelo, porque sí, logramos ser una familia nuevamente. Papá logró conseguir un trabajo como prometió, sus experiencias pasadas lo llevaron a ser el gran vendedor de bienes raíces que es hoy; mamá consiguió el puesto anhelado en un restaurante de comida griega que nadie sabía que deseaba hasta que arribó a casa exclamando la noticia de su contratación a los cuatro vientos con una energía que nos hizo sonreír a todos. Y Winston, él nunca supo lo que pasó con Newt en realidad, simplemente le dijimos que se fue a otra ciudad por motivos escolares y lo tomó mejor de lo que imaginamos, pero aún sigue hablando de él con el deseo oculto de verlo ingresar por la puerta con algún obsequio en sus manos que compensara su ausencia; mientras tanto, se limita a disfrutar del tiempo que pasa con papá y conmigo.

Y en cuanto a mí, bueno, yo logré graduarme de la secundaria pese a la gran dificultad que tuve para asistir a las clases durante meses, no solo por mi rodilla sino también por mi nefasto estado anímico, ingresé con honores a la universidad con la que soñé desde muy pequeño y alcancé uno de mis deseos latentes desde hacía largos años al asistir a un partido de béisbol en compañía de papá y de Winston. De hecho, fue el mismo día que mi equipo competía contra Pringston School, partido donde Newt se suponía ocuparía mi lugar, pero simplemente no me vi capaz de asistir porque el gran impacto emocional que implicaba la fusión de mi irritación por la maldita lesión junto con la ausencia de mi suplente, era algo que no podría aguantar.

Sin embargo, más allá de las dichosas vivencias compartidas junto a Newt que conmemoraba en mis momentos de soledad o sosiego (y de aquellas no tan regocijantes como la experimentada hace ya un año atrás), existió una secuencia en particular que desde su evento ha estado vagando cual círculo vicioso dentro de mi cabeza, despertando más incógnitas que respuestas, más incertidumbre que calma. Se trataba precisamente de un hecho que tuvo lugar durante el entierro de mi pareja, entierro al que recuerdo con indeseada claridad:

Era una tarde lluviosa, el viento helado soplaba con gran fuerza por todo descampado lugar y observé como los presentes se abrazaban a sí mismos o se cubrían con sus chaquetas para resguardarse inútilmente de las incesantes gotas de agua, pero conmigo no era así, lo último que sentía era frío, es decir, ¿cómo podría? La impotencia, la rabia, la angustia que dominaba cada rincón de mi cuerpo y que se anudaba en el centro de mi pecho no me permitía sentir más que agitación y sofocación.

Desabotoné mi saco dispuesto a quitármelo, pero había demasiadas personas allí y todas estaban en silencio, quietas en sus lugares con sus semblantes estáticos, pero no tristes. Entonces me pregunté quiénes eran esas personas, por qué estaban ahí, qué clase de parentesco tenían con mi Newt, si después de todo, él estaba solo. Nadie parecía estar próximo a llorar o afligido, nadie parecía sentir el dolor punzante en el corazón que te dejaba sin respiración y nublaba tu visión al ver al cura de pie, pronunciando ciertas palabras que yo honestamente ignoraba porque delante suyo había un cajón de madera oscuro y brillante. En la tapa del mismo estaba grabado su nombre en una pequeña chapa de metal, pero no pude verlo, porque si lo hacía, acabaría de caer ante el hecho de que estábamos allí, en un cementerio desolado, despidiendo a la persona que amé como a nadie más mediante un ataúd cerrado y vacío, puesto que el cuerpo jamás fue hallado ¿Y cómo lo harían? Si el edificio se derrumbó cubierto en llamas.

Bring Me To Life [Newtmas]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora