Cuerpos

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Se encontraba en su recamara, con la espalda apoyada en la pared observando como Luisita sacaba las cosas de la maleta. Llevaba en el rostro una sonrisa y cada vez que su hija le daba dramatismo al relato sobre sus días, la rubia hacia una tierna expresión de sorpresa. No es que no se hubieran podido comunicar durante esas dos semanas que estuvieron separadas, al contrario, todas las noches platicaron por Skype y las llamadas al celular no faltaron. Pero es que Luisita nunca había estado fuera de casa por tanto tiempo y dos semanas era "mucho tiempo".

La doctora llevaba unos pantalones negros ajustados y una camisa de cuadros rojo con negro, los últimos cuatro botones de arriba sin abrochar por el "calor" marcaban un camino hacía una de las zonas preferidas de Amelia en todo el planeta tierra.

Luisita puso una rodilla sobre el colchón y se inclinó para alcanzar una prenda que Amy había dejado del otro lado porque le estaba "ayudando". Pero gracias a ese movimiento, la prenda no era lo importante sino el trasero que se marcó en total perfección por parte de la doctora.

Amelia sabía bien que su hija estaba en el mismo cuarto, sabía que tenía que comportarse. Hoy no iba a pasar nada, no debía pasar nada porque Luisita estaba agotada del viaje.

Pero habían sido dos semanas...dos...y desde que se mudó con su familia en aquel pequeño departamento de las Gómez, nunca habían pasado dos días seguidos en que no consiguieran darse un tiempo para adorar el cuerpo de la otra.

— ¿Verdad mamá?.— dijo Amy volteando a ver a la teniente.— ¿Mamá?

Luisita miró a su esposa y en seguida comprendió donde estaba su total atención y la razón por la que su rostro se mostraba sediento.

Amelia estaba reteniendo las ganas de hacerla suya.

— Mamá, ¿estas dormida con los ojos abiertos?.— preguntó nuevamente la pequeña mientras le tocaba el hombro.

La ojiverde dio un pequeño salto hacia atrás de la sorpresa.

Parpadeó unas cuantas veces antes de concentrarse en su hija.

— Perdón Amy.— dijo intentando ignorar lo que acababa de pasar.— ¿Me dijiste algo?

— Si mamá.— contestó su hija.— Le decía a mami.— Amelia volteó a ver a Luisita que intentaba ocultar una sonrisa mordiéndose el labio.— Que podríamos pedir la pizza de la orilla de queso cuando ella quiera, que dijimos que era nuestro nuevo gran descubrimiento.— terminó de decir toda emocionada.

Amelia tragó saliva porque no hacía falta preguntar, Luisita la había cachado.

— Si Amy.— dijo mirando a su hija antes de regresar la dirección a la mirada color miel.— Cuando tu mami quiera pizza, ella tendrá pizza.

Luisita no pudo evitar soltar unas carcajadas.

Amy también se rió porque, aunque no entendía nada, la risa de su mami era contagiosa.

La única que no reía era Amelia.

— Amy.— dijo Luisita intentando ponerse sería.— Cariño, ve y tráele a mamá un vaso de agua "fría" por favor.

La morena rodó los ojos.

— Sí mami.— dijo la niña que de un salto se bajó de la cama rumbó a la cocina.

Ambas se aseguraron de que Amy estuviera lo suficientemente lejos antes de mirarse.

Luisita tenía una sonrisa que apenas cabía en su cara.

— No es gracioso Luisita.— dijo Amelia, pero por el tono, la rubia sabía bien que "molesta" su esposa no estaba.

La doctora se acercó y se abrazó al cuello de la ojiverde.

Por una mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora