Decisiones

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En los siguientes días, ninguna de las dos había tocado el tema de Sebastián. Lo que sí habían hecho era llenar sus espacios de silencio de una manera similar a lo que pasaba en ese momento.

La rubia sabía que Amelia no deseaba que tuvieran esa conversación, es más, ni siquiera le gustaba la idea de que se vieran.

¿Celos?

Era comprensible si es que de eso se trataba por el historial que Sebastián y ella compartían, pero al mismo tiempo "ridículo", su alma y cuerpo eran devotas a las necesidades de la teniente.

Se escuchaba el agua caer de la regadera, ambas completamente desnudas.

— Oh dios, Luisita.— susurro Amelia con la respiración acelerada, sus manos estaban sobre los cabellos de la doctora y su pelvis no paraba de moverse.— No pares, no pares.

Luisita estaba de espaldas a Amelia con una mano en la pared y la otra en el cuello de la teniente.

El miembro de la ojiverde desaparecía.

Las manos de Amelia hicieron presión en los pechos de la doctora los cuales se encontraban húmedos. 

Adentro, afuera, adentro, afuera, adentro, afuera.

La doctora nunca tenía suficiente de Amelia, no sabía si era el físico de Amelia el que la traía loca o si serán las hormonas, feromonas o todo combinado, pero la realidad es que estaba perdidamente enamorada de la teniente.

Amelia no pudo alargarlo más y se corrió fuera de la doctora.

Con mucho cuidado, la doctora se sacó el miembro de su amante. La teniente sentía el contraste entre su piel y lo frío del azulejo que tocaba su espalda recargada en la pared del baño. La doctora la dirigió a un lado mientras veía como su pecho subía y bajaba intentando encontrar un ritmo de respiración normal.

La rubia empezó a enjabonar su cuerpo, ambas tenían que ir a trabajar en un par de horas.

— Buenos días.— dijo Amelia jadeando.

Luisita sonrió y abrió los ojos para poder ver a su prometida.

— Al parecer ya estás de mejor humor.

— Después de lo que acabas de hacerme y lo que estoy viendo.— la miró de arriba abajo.— A cualquiera se le mejora el día.

— Me alegra.— dijo Luisita de una manera muy tierna, volviendo a cerrar los ojos mientras sus manos recorrían su cuerpo.

— Eres hermosa Luisita.— escuchó y sintió los labios de la morena en su frente.

La doctora paso sus brazos detrás del cuello de Amelia para besarla. Las manos de la teniente se depositaron en su cintura.

El beso era suave, el ruido de la regadera y el agua cayendo sobre ellas complementaban el momento que compartían.

Los últimos días habían sido difícil, el estrés, la mudanza, Sebastián... pero sus momentos a solas, sus momentos de familia junto a Amy, le recordaban que todo valdría la pena.

Para la rubia, el simple hecho de llegar en la noche y compartir la cama junto a Amelia, escuchando la celestial respiración de su hija durmiendo a un lado. Le daban paz y valor a seguir luchando por ellas.

— ¡Mamiiiiiii!.— se escuchó del otro lado de la puerta.— ¡Ya me desperté!

Amelia no detuvo el beso.

— Amelia.— susurro Luisita.— Tu hija ya se despertó.

La ojiverde siguió besándola.

Luisita rio.

Por una mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora