Notas iniciales de la autora: Solo quiero aclarar que todo lo que van a leer fue escrito hace unos tres o cuatro años así que la actual yo no es responsable de la demencia de la antigua yo.
DIOS.
Iba lo más rápido que las condiciones y sus pies se lo permitían. Considerando que el casi no practicaba ninguna clase de deporte en el que estuviera impuesto el cansancio físico sino era estrictamente obligatorio como ahora, nunca había considerado un placer estar sudando con ese traje tan caro por la actividad que estaba sobrellevando aunque bien, sí que valía la pena ya que si bien o mucho se equivocaba (lo que nunca pasaba pues estaba enterado de todos los antecedentes con escándalos que el Secretario Patrik tenía) el detective estaba a punto de ser convencido de llevar el coito en el baño o de ser obligado, ese pensamiento lo enloquecía de celos, era poco decir que estaba molesto consigo mismo, con el detective, con el Secretario del primer Ministro, y si por segunda vez consigo mismo porque tuvo muchas oportunidades de frenar a Patrik ese hombre repugnante pero nunca supuso que sus fetiches fueran a alcanzar a alguien a quien en sus recuerdos le guardaba una gran estima. Mycroft quería poder pagar aunque sea en una parte la deuda que tenía con Gregory Lestrade desde jóvenes y de paso si el tiempo ameritaba volver a ver esa gran sonrisa que tanto degustaba, esa mirada soñadora y vivida que trató de olvidar pero por más que trató su perfecto cerebro no pudo lograr suprimir del todo tan bella maravilla.
No se había imaginado que el baño se encontrara prácticamente en la parte olvidada de la esquina del salón, muy alejado de la entrada y se maldijo por no tener un poco de humanidad; de haberla tenido, hubiera detenido al secretario del primer ministro con algo más interesante que hacer, una excusa política o algo con tal de que no quisiera ir a acortejar personas en los baños o tratar de abusar de ellas pero no, ahí estaba caminando con rapidez por andar haciendo lo mismo que las demás personas, ignorando el dolor ajeno y regodeándose de su buena suerte.
Suspiro fatigado al llegar a la entrada y ver a dos de los mejores hombres del honorable amigo del mejor juez penalista que conocía, si... El secretario del primer Ministro tenía buenos amigos y muchos de ellos poderosos. Al pelirrojo le bastó solo una mirada para saber que sus teorías estaban correctas.- (como siempre) y se odio así mismo por tener razón.
La carrera no fue lo único difícil jamás contemplo que el verdadero reto seria convencer a esos hombres de seguridad que se hicieran a un lado. Sus pequeños cerebros de primates no evolucionados no comprendían excusas ni razones. No fue hasta que el destino alegre se dispuso a cooperar a su lado nuevamente bajo unos términos nada convenientes para nadie. Un disparo se escuchó en el baño, unas voces se alzaron en ese mortal ruido de música y risas entre ellas la voz del detective que prolifero algo inaudible pero que parecía que fueron sus últimas palabras. Su corazón latió con fuerzas y al parecer lo guaruras también lo notaron, uno de ellos se abrió paso para entrar al lugar pero no fue más listo que Mycroft quien se deslizo con rapidez cuando se dieron cuenta de lo ocurrido no pudieron detenerlo y una vez dentro se quedó de pie horrorizado por lo que veía.
Se mordió la mejilla interna evidentemente molesto, no se había quedado en ese estado de shock y desconcierto desde que descubrió que Sherlock se había convertido en un drogadicto y él cómo hermano mayor había fallado. Un Holmes jamás fallaba, jamás fracasaba, jamás perdía…
Que escena tan más ruin y molesta tenía la desgracia de presenciar, el gran Gregory Lestrade estaba convertido en la peor minucia, de rodillas, con los brazos en la espalda, su labio desflorado, su nariz fracturada y su rostro apiñonado estaba empapado en sangre y pálido. Posiblemente tenía una fractura de cráneo lineal (supuso rápidamente que debía ser atendida para asegurarse que no era algo más grave aunque los estudios médicos eran los mejores que una simple suposición) Por suerte o por voluntad el necio detective no estaba inconsciente en el suelo, se veía mal, pero el orgullo de ese hombre podía más como lo fue de joven, lo era ahora, no se iba a ir sin pelear, lo que le dió fuerzas al pelirrojo, quizá no era tan grave como parecía, simplemente la sustancial sangre hacían parecer un pequeño golpe una gran atrocidad, ese pensamiento lo calmo un poco pero no detuvo las incontrolables ganas de matar a todos los que se encontraban en el lugar y quienes habían lastimado a su Inspector, un odio infernal surcaba por sus venas y el aire empezaba a ser escaso ¡Qué se abrieran las puertas del infierno! que se soltaran los perros del averno, que el cielo aclamara piedad, el apocalipsis se desataba en la tierra… Mycroft Holmes estaba furioso y alguien tenía que pagar por eso o el mundo se iría a la ruina por culpa de un solo hombre.
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Hielo
RandomLo más frió en el alma de un hombre Puede llegar a ser su propio corazón. (MYSTRADE. Sherlock Holmes BBC)