Perfecto

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Notas iniciales de la autora: antes de continuar la lectura me veo obligada a anunciar que este capítulo abarca contenido para mayores de edad, no voy sin embargo a arruinar o, spoilearles más de lo que ya he hecho así que solo es una advertencia de que lean bajo su propio riesgo y me deslindó de toda obligación u orgasmo mental que pueda provocar, ahora sí a leer.

Perfecto.

¿Cuán perfecta puede ser una persona?
Detente un momento, solo un momento y piensa en aquel ser que con solo mirarte paraliza tu tiempo, te hipnotiza, retrocede tu evolución... Pues bien, Mycroft se había estado preguntando eso desde que volvió a ver al inspector. De joven ya se había planteado ante esa cuestión y vaya que se la había pensado hasta quebrarse la cabeza pero al no encontrarle una respuesta lógica o razonable optó posiblemente por lo más fácil y decidió dejarlo al olvido. Quizá pensó cuando joven qué como siempre el tiempo amortiguaría todo recuerdo y toda pregunta estúpida qué tenía respuesta científicamente pero no una respuesta sentimental. Treinta años más tarde se encontraba con la misma pregunta burda de su infancia. ¿Cuán perfecta puede ser una persona? ¿Realmente existe la perfección humana?, ¿Podía sentirse como el protagonista en una de esas románticas películas de high school? Posiblemente muchos contestarían que no. El mismo Mycroft si le hubieran hecho esas preguntas antes.-(ridículas preguntas por cierto) contestaría que no. Qué era imposible, qué ninguna persona racional pensaría de esa manera, que estaba loco de remate, que era un idiota quien las hacia, la perfección en una persona no existe salvo…

Esos ojos, esa sonrisa, ese cabello, esa voz, ese todo que tenía Lestrade, el hombre era prácticamente perfecto. En todo el rechoncho del mundo no existía nada más bello, más hermoso, más sutil que ver aquella silueta moverse graciosa entre las personas, o apreciar cuando se quedaba viendo la nada por su ventana, era como ver un cuadro de arte en alguna galería, se sentía como ver por primera vez a la Monalisa en el museo, la primera Afrodita en lienzo.

Nadie podía culpar al pelirrojo Holmes por quedarse admirando frente a su monitor ese bien formado cuerpo caminar delante suyo, o cruzar la banqueta con su típico baso de café o correr de aquí para allá en su oficina buscando cualquier cosa que había perdido ¿Cómo le haces cuando te da tanto amor de golpe? Podrías morir en ese momento, o por lo menos que tu muerte sea lenta, y si era amor, un capricho o alguna droga que le hacía actuar tan mal al pelirrojo a él ya no le importaba nada más que apreciar a Lestrade.

Su inseguridad le hacía ver qué era imposible tener a Lestrade en sus brazos y no por que no pudiera a cortejar a un hombre completamente heterosexual-(hasta los hombres más heteros podían sucumbir a sus encantos siempre y cuando él quisiera) pero era incorrecto incluir en su malvado mundo a un hombre tan bueno como lo era el Inspector en jefe Lestrade.

Mycroft Holmes se conocía mejor que nadie, mejor que su madre o su padre, mejor que sus hermanos. Sabía que tenía muchas inseguridades de su infancia, siempre tan exigente consigo mismo y en cada parte de su vida qué se tornaba difícil cohabitar en su piel, no podía perderse en la locura psicópata como su hermana mayor  ni tampoco en el mar de aventuras como Sherlock, Mycroft por el bien de la humanidad tenía que mantener en orden al viento del oeste y al mar del este, se había privado de muchas cosas exigiendose siempre ser el mejor en todo, Absolutamente en todo, al final resultó ser todo un controlador, perfeccionista, posesivo, porfiado, de pensamiento polarizado, obsesivo, celoso ¿ya había mencionado posesivo?
Si tenía algo que le gustaba lo quería simplemente para él solito, lo peor es que, no sabía compartir. Odiaba compartir sus cosas con los demás y aunque el inspector no fuera de su propiedad se molestaba bastante cuando Lestrade le sonreía a alguien más. Siendo así tanto su enojo cuando se enteró que estaba saliendo con Molly Hopper qué tuvo un impulso asesino de ir por la chica y secuestrar al cano, encerrarlo con cadenas y grilletes a un pequeño cuarto donde lo tendría vigilado ahora sí en verdad las veinticuatro horas del día los siente días de la semana para que nadie pudiese acercarse a él, gracias a dios jamás obedecía a sus instintos y arranques obsesivos y se controlaba en todo momento porque entonces otra cosa seria.

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