Capítulo 1

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Me despierto agitada y muerta de frío sobre un fardo de paja, supongo que tuve una pesadilla, pero no puedo recordarla. Debería estar en mi cama, pero no he dormido en casa desde el accidente en los establos hace un par de semanas, para evitar inconvenientes con los demás inquilinos. Sólo trabajo desde entonces.

La noche del "incidente" era mi turno de cuidar los corrales. Están a la intemperie, muy cerca del bosque que nos separa del Distrito 11 y es común que algún zorro se cuele, por lo que los jefes suelen poner a los más jóvenes a hacer guardia. "Un trabajo simple para empezar" Dijo Maurice, el distribuidor de tareas en casa, y mi tutor legal, luego de que mis padres murieron por una epidemia hace... ya ni recuerdo. 

Al tener diecisiete años y mucho tiempo libre resulté ser la opción perfecta para el trabajo, o eso creyeron. Maurice lucía genuinamente emocionado al darme la noticia, por lo que no discutí antes de aceptar.

Días más tarde empecé a trabajar, y no importaba, había dejado la escuela hacía un año, porque de hecho ya hacía bastante dando una mano en los establos. Nada fijo ni pago, sólo ayudaba a mi tutor. 

Maurice insistió en organizar una cena especial o algo así, para festejar mi madurez, en sus palabras. Por desgracia unos tipos que él me había marcado en alguna que otra ocasión como "ratas capitolenses" se sumaron a nuestro grupo esa noche. No tenía idea de por qué unos agentes de la paz pasaban por casa, pero mis sospechas no eran buenas. Me preocupó pensar en Maurice metido en algún lío de coimas sin pagar; no es el tipo más legal, era una situación posible. Luego de la incómoda velada, dos compañeros con más tiempo en el rancho que yo me acompañaron a relevar al hombre de la tarde, me enseñaron algunas tareas y el lugar en general. 

No se les permite a los civiles portar armas, es una de las reglas más importantes impuestas por el Capitolio. Pero en el Distrito 10, el primer distrito exterior, y mi hogar, por desgracia, las reglas no son tan importantes. Por lo que me facilitaron una escopeta para el trabajo. 

Nunca había usado una, pero tras una rápida explicación de uno de mis compañeros, sentí que podía arreglármelas si llegaba el caso de necesitarla. El problema fue tener que pasar la noche entera en vela, siendo que siempre me habían tocado turnos matutinos, incluso el día anterior a la guardia. Además no me sentía nada bien. Maldije a la media copa de vino que me habían dado para brindar, aún sabiendo que era poco probable que una cantidad tan chica me hiciera algo. La hipótesis perdió más fuerza cuando repentinamente empecé a sentir que la cabeza se me partía, incluso tenía algo de náuseas. Parecía que el destino había elegido el día perfecto para enfermarme, si acaso no era una mala jugada de mi inconsciente. 

Me sentía muriendo, pero debía aguantar. El invierno es muy cruel por aquí y no podemos darnos el lujo de perder más ganado por causas menores. Debemos abastecernos a nosotros, a los otros once distritos y al Capitolio. El más difícil de todos. Y lo pensé, pero mierda, me era difícil mantenerme en pie.


Soporté las primeras tres horas, pero estaba a punto de colapsar y con la noción turbada decidí que nada raro pasaba al rededor, dejé la escopeta a un lado y fui dando tumbos hacia donde dejaban la comida de los caballos. A duras penas llegué a caer sobre algo blando antes de perder la conciencia.

 Al despertar, siendo ya de día, me maldije por haber dormido tanto tiempo y al salir a ver como estaban los animales, encontré todos los corrales casi vacíos. Un tercio de los animales que había. Ningún cadáver. 

Semejante cosa no pudo haber sido hecha por zorros.

Estaba acabada. No pasaría mucho tiempo hasta que llegaran los otros. Y efectivamente, luego de un rato aparecieron algunos compañeros, Maurice y el dueño del lugar. No les agradó nada saber de la desaparición. La cara de Maurice era sólo... de horror, miedo, decepción, no lo sé.


Pronto todo el Distrito 10 lo supo, y mi castigo llegó. Al principio todo parecía normal, sólo que la gente me odiaba. Maurice hacía un esfuerzo por aparentar que nada había cambiado, un esfuerzo penoso. Me recomendó no salir mucho, pero debía trabajar. Y efectivamente, un par de días luego, cuando salía del trabajo (el cual se duplicó por las bajas) algunos vecinos me atacaron. Apenas salí viva de ahí, gracias a Maurice que los detuvo, llevándose un par de golpes a cambio, y me llevó a casa. Pero obtuve un par de huesos rotos como recordatorio de lo ocurrido. Además la vejación no terminó ahí. La gente también molestaba a todos los de la casa, incluso los agredían físicamente, así que me vi obligada a dormir en el establo con una manta que no alcanzaba en absoluto para contrarrestar el frío y mi comida, que era poca de por sí, se redujo a un plato por día, con suerte. A pesar de que mi tutor hizo lo que pudo con el tema; estos días tuvo que venir a escondidas a verme, para saber cómo sigo y pasarme alimento sin que nuestros vecinos enojados le pongan el foco a él. 


En fin, de nada sirve recordarlo otra vez. Comienzo el difícil ritual de levantarme para ir a trabajar. Todo el cuerpo me duele con cada movimiento, incluso respirar significa un gran dolor. He ido moldeando una postura lo suficientemente cómoda para moverme a buen ritmo y no llamar más la atención negativa de la gente, debe de verse rara pero así al menos las punzadas más fuertes desaparecen. 

Luego de cumplir con mi horario de trabajo, todavía más largo de lo normal, me escabullo, encapuchada y con una bufanda que me tapa media cara, y entro a un bar para poder ver la tv. Hoy anunciarían algo importante acerca de los Juegos, no tengo idea de lo que pueda ser, pero conociendo al Capitolio no será algo bueno.

El comentarista, vestido con las ridículas ropas capitolenses, da una breve introducción para luego mostrar un video en directo. El avejentado presidente Ravinstill está de pie en un estrado. Un niño pequeño con un traje de gala turquesa espera junto a él, con una caja en sus manos.

—Este año, la celebración de Los Juegos el Hambre será especial, ya que se cumplen veinticinco años de nuestra tradición para no olvidar la crudeza de los Días Oscuros. Conmemoramos este hecho inaugurando el primer Vasallaje de los Veinticinco, cumpliendo con lo establecido desde la concepción de los Juegos. 

El niño avanza, ofreciéndole la caja de madera al presidente. Él saca lentamente un sobre de entre otros muchos que se ven dentro. Se lee un "25" marcado en la solapa, cuando la levanta para sacar el papel que hay dentro.

—"Para recordar a los rebeldes que la muerte de sus hijos es producto de su propia violencia, y que las fuerzas del Capitolio son incuestionables, este año, los jóvenes tributos que participarán en los Juegos serán elegidos por medio de elecciones que se celebrarán en cada Distrito en lugar del sorteo." 

»Cualquier ciudadano mayor de dieciséis años deberá votar. Y, como siempre, cualquier mayor de doce y menor de dieciocho puede ser elegido u ofrecerse voluntario. 

Eso es todo. No me quedo para oír el resto, de todas formas puedo darme por muerta.



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Acá Batavik :D Fin del primer capítulo. Si alguien llega  a leer esto puede ser buena persona y comentar o votar, tengo entendido que es lo que se hace en Wattpad.

En serio, en serio, en serio me gustaría leer críticas (soñando con que alguien le dé una oportunidad a mi historia) de cualquier manera el fic ya está terminado, pero serviría igual, además de que me encantaría. Pero bueno que ya escribí mucho.

-Batavik



El Primer Vasallaje || Los Juegos del HambreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora