Capítulo 8

523 54 4
  • Dedicado a los compañeros tributos de Argentina
                                    

Empieza a oscurecer y la temperatura baja aún más. Me duele todo y tengo un ojo tan hinchado que no puedo abrirlo. Y pensé que me había acostumbrado a las palizas. Además del agotamiento de haber caminado por varias horas en este terreno, lleno de imperfecciones y con nuestros pies hundiéndose varios centímetros a cada paso; la cosa no pinta bien.

Encontramos unos arbustos buenos para escondernos y nos resguardamos del viento, que arrastra nieve sin parar. Han sonado dos cañonazos más desde que entramos al pinar.

Una vez instalados nos ponemos los abrigos que sacamos de la Cornucopia sobre los nuestros y resulta que son apenas más gruesos, pero algo es algo. Luego nos tapamos con la única manta y comienzo a revisar la mochila.

—Tenemos guantes, carne seca, un cuchillo, unas vendas, fósforos y una botella de metal vacía—Digo desilusionada.

—Es bastante. 

Tiene razón, pero somos dos personas. De todas formas el chico es la prioridad.

—Bueno... ten, ponte los guantes, tienes la espada así que yo me quedo el cuchillo. Te parece?

— ¿Estás segura de que no quieres los guantes? 

—Sí, tranquilo. ¿Me ayudas con algo?

—Claro.

Improvisamos un entablillado para mi brazo izquierdo, usando las vendas de la mochila con unas ramas de por aquí para inmovilizar mi antebrazo y protegerlo un poco, reduciendo también el dolor.

Me separo un poco y me pongo un puñado de nieve en la cara, donde siento latir los nuevos golpes.

—Ara, ¿estás bien? 

—Perfectamente. 

Su cara dice que no me cree.

—Sólo necesito descansar un rato. No sabes cómo extraño esas pastillas que tenía Abelard. ¿Tú cómo vienes? La nieve... ¿Puede darte problemas?

Aunque queramos, no podemos ignorar la condición de Cort. Él parece levemente molesto por la pregunta. 

—Estoy bien.

—¿Tienes hambre?

—Algo.

—Entonces cenemos.

Nuestra cena no es para nada una cena. Apenas nos alcanza la carne seca, y no sé cómo conseguiremos más comida. Lo único bueno es hablar con el niño, conversar con alguien, distraerme. 

Prendo una pequeña fogata con ramitas secas para no hacer tanto humo, de todas formas el lugar es denso y ayudará a escondernos. Luego meto nieve en la botella y la caliento al fuego. Cort me mira extrañado.

—No quiero correr riesgos con la nieve, la herviremos para tener agua pura.

Asiente lentamente. 

Está por decir algo cuando suena el himno del Capitolio y su escudo aparece entre las estrellas. 

Mostrarán a los caídos, van por orden de distrito.

Primero la del 2 (la que no era profesional, pero por lo que sé, estaba aliada a su grupo), el chico del 3, el del 4... Siento como Cort se estremece junto a mí al ver su foto y no puedo evitar recordar el momento, pero es inútil sentirse mal, no había nada más que hacer. 

Luego vienen los dos del 5, la del 7 y el chico del doce. La música se desvanece lentamente y vuelve la oscuridad. En total son ocho menos, es bastante, pero si la arena no nos mata de frío no seguiremos cayendo tan rápido a no ser que metan mano desde el Capitolio y me temo que eso llegue a pasar.

El año pasado, por ejemplo,  cuando ya habían pasado diez días de haber empezado los juegos, aún quedaban demasiados tributos, por lo que los vigilantes se vieron obligados a agilizar la cosa, y agregaron algo que denominaron "sombras"; con su tecnología hacían proyecciones de los tributos caídos moviéndose por la arena, como si siguieran ahí. Los que seguían en juego creían ver fantasmas o que habían enloquecido. Algunos sí se volvieron locos. Dos de ellos llegaron a suicidarse. Me crucé al ganador... Crucis Lascius, del Distrito 4, en el edificio. Este año tuvo que hacer de mentor. Y no se veía muy bien. Si todo sale bien, ¿eso es lo que le espera a Cort? ¿Reemplazar a Dorian?

—Trata de dormir, me quedaré haciendo guardia.

—Bueno, pero despiértame cuando quieras que te releve.

Me paso velando unas cuatro horas con el cuchillo en mano, pero al final el sueño me gana por no haber dormido la noche anterior y despierto al niño para cambiar puestos. Al acomodarme, prácticamente me desmayo. En verdad necesitaba dormir, aunque sea por un par de horas.

Un ruido me despierta. Suena como hojas secas siendo pisadas. Me incorporo rápidamente y agarro mi cuchillo. Cort me mira perplejo.

— ¿Todo bien? —Tiene una mano cerca de su espada, como apunto de desenvainar, pero no se mueve.

—Sí, sí. Te escuché llegar y pensé que eras alguien más. De todas formas... ¿Qué estabas haciendo? 

—Fui a cazar, pero no me fue nada bien. Los animales aquí son pequeños y rápidos.

—Bueno, por suerte me tienes a mí para ayudarte.

— ¿Sabes cazar?

—La verdad no. Pero hago cosas increíbles cuando duermo bien.

Sonríe mientras me estiro, aunque se sigue viendo turbado. Después de todo estamos en los Juegos...

Pasamos alrededor de tres horas en completo silencio (sólo interrumpido por insultos momentáneos) intentando cazar algún animal. Al final lo conseguimos, diseñando una táctica deplorable; de seguro los que nos ven por televisión se estarán riendo de nosotros, pero la verdad es bastante desesperante.

Nos ubicamos enfrentados, a varios metros de distancia. Luego de divisar un conejo, el que lo tenga más cerca corre hacia él para espantarlo, el otro lo atrapa y lo mata.

Las primeras dos veces los malditos se escaparon, pero a la tercera logré atacarlo, y creo que fui demasiado violenta, pero fue causa de la frustración y el hambre. 

— ¡DISTRITO DIEZ! —ve hacia la nada como dirigiéndose a las cámaras— ¡Al fin! No sé tú, pero yo ya no tengo frío, luego de tanto correr—El niño levanta un puño en señal de victoria. 

Mientras encendemos el fuego suenan dos cañonazos seguidos y no puedo evitar sentirme feliz de escucharlos, aunque algo me dice que los profesionales tuvieron que ver. Comemos en silencio, y nos quedamos así por un buen rato, hasta que Cort pregunta:

—¿Te duele mucho?

—¿Qué cosa?

—Vamos. Tu cara está multicolor y abollada, además tienes un par de huesos rotos, Abelard me contó. No quiero que te sobre exijas.

—No lo hago, tranquilo. —A este punto me había olvidado del dolor, o quizá me acostumbré, pero de cualquier forma él no debe preocuparse por mí. El plan es salvarlo y lo sabe, no gana nada con alarmarse.

Por la noche nos asomamos expectantes a ver los caídos en el cielo. La melodía suena y aparecen dos rostros familiares: La chica del 1 y el del 2. 

—Genial—Dice Cort, pero a mí no me gusta nada. Se ve como si el tal Adler hubiese roto su alianza demasiado pronto. Y si pudo solo contra otros dos profesionales no le será difícil matarnos a nosotros.

Ya son diez tributos menos. Faltan trece. Soy una de los trece.

.,.,,.,.,.,.,.,.,.,,.,.,.,.,.,.,.,.,.,.,.,.,.,,.,.,.,.,.,.,.,.,.,.,.,.,.,.,.,.,.,.,.,.,.,.,.,.,.,.,.,.,.,.,.,.,.,.,.,.,.,.,.,.,.,.,.,.,.,

Y así termina otro capítulo, aprovecho a decir que ayer casi hacemos TT los tributos de Argentina por la causa de traer al cast de Sinsajo Parte 2 (y con mucha más suerte, a Suzanne Collins)  Y en una de esas... Bueno, a seguir con el apoyo y no rendirnos! .lll. 

.

JAJAJA hola soy la del futuro, eso al final no se dio, pero Eugenie Bondurant (Tigris) nos ayudó en twitter, qué gran señora.

El Primer Vasallaje || Los Juegos del HambreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora