3. el suplicio de la incertidumbre.

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Sus ojos me miraban desorbitados, como si mi presencia le hubiese sorprendido hasta el punto de paralizarlo. Y en parte, así era, puesto que desde que nos encontramos, que no se ha movido de su lugar.

—¿J-Jeno? —balbuceó en un jadeo, y sus manos, entonces, comenzaron a temblar.

Fruncí el ceño, asustado. ¿Cómo era que se sabía mi nombre? Literalmente era la primera vez que nos habíamos visto...

—Disculpa, pero... ¿cómo sabes mi nombre? —inquirí con diligencia, arrastrando mis palabras para que mi pregunta no sonara tan súbita, ya que se veía realmente consternado.

Al parecer no me había oído, o en efecto, me había ignorado, porque hizo caso omiso a mi pregunta, y en cambio, tiró a su canasto todas las cosas que había comprado con brusquedad, y sin dejar de mirarme, tomó mi mano. Hice el amago de zafarme de su agarre, pero no pude, me había tomado con mucha firmeza.

—No sabes todo el tiempo que he estado buscándote... —farfulló, envolviendo mi diestra alrededor de sus manos. Eran más pequeñas que las mías y se sentían tan frías como el mismo hielo. Seguí intentando zafarme de su agarre, fallando—. No puedo creer que nos hayamos encontrado justo ahora y de esta manera... —su voz se quebró, y sólo entonces fue que me percaté de que había comenzado a llorar, por el brillo que irradiaban sus ojos debido a las lágrimas anegadas en ellas.

No entendía en lo absoluto lo que estaba sucediendo. No tenía idea de su nombre, ni siquiera conocía su rostro, jamás lo había visto en mi vida, entonces, ¿por qué actuaba como si nos conociésemos desde siempre?

Tragué saliva, nervioso. Había dos opciones: o era un chico no del todo cuerdo, o era un delincuente que trataba de confundirme para robarme.

Aunque, ambas opciones sonaban descartables considerando su limpia apariencia; pantalones negros ajustados, unas zapatillas tan blancas que parecían recién compradas de la tienda, y una camisa lisa ancha color celeste perfectamente planchada. Ni hablar de su cabello, castaño y liso, tan brillante y sedoso a la vista que daban deseos de tocarlo.

Miré a mi alrededor. ¿Qué hacía? No había ni un alma al cual pedirle ayuda.

Necesitaba a Jaemin...

—Disculpa, pero... —solté, tratando de armarme de valor para sacarlo de lo que sea en lo que estuviese metido, o en lo que quisiese hacer con este teatro.

El chico de cabello largo y castaño me miró, interrumpiendo sus palabras. Las lágrimas habían marcado un recorrido sobre sus mejillas.

Tomé una gran bocanada de aire para reprimir mis nervios y mi miedo, y sin pensármelo demasiado, le pregunté:

—¿Nos conocemos?

El rostro de ilusión del chico se esfumó en menos de la milésima de un segundo. La sonrisa y el brillo de sus ojos se desvaneció tan rápido que tuve miedo de haber dicho algo malo. Vi el momento exacto en donde la realidad lo azotó, puesto que, junto con el cambio en la expresión de su rostro, fue que soltó mi mano por fin, y comenzó a tocar el canasto, incómodo.

—¿En serio no me reconoces? —musitó, bajando la vista y limpiándose las lágrimas de sus mejillas con la palma de su mano—. Pero si no ha pasado tanto tiempo desde que... —atropelló sus palabras antes de volver a mirarme—. Ah... es verdad... —susurró, como dándose cuenta de algo.

Volvió a bajar la vista, y mirando su canasto con mercadería, guardó silencio por unos segundos. Alzó su mirada hacia mí de pronto, y abrió su boca para hablar, pero una voz detrás de él lo interrumpió.

reminiscencia ー norenminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora