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 "Lo mejor era que, 

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"Lo mejor era que, 

cada vez que te miraba sonreir,

me sentía un paso mas cerca

de la vida

y cien más lejos

de la muerte."

-Miguel Gane

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Elizabeth Cooper

Me desperté con aquel ruido molesto y cuando me dispuse a apagar la alarma por reflejo noté que el ruido molesto que me despertaba no era mi alarma. Estúpida Polly.  Suspiré para levantarme y abrir la persiana dejando entrar los primeros rayos de luz.

— ¿Estás despierta, Betty?.

— No te gastes en entrar a mi habitación.—  Los berrinches de su hermana mayor la tenían cansada; todo era gritos, drama.

— ¡Es tú primer último día de clase!.

La única emoción que me generaba era el hecho de que faltaba menos días para irme de esta casa hacia la universidad y lo bueno que tenía, era que Jughead asistiría a una universidad cerca. No pudimos entrar a la misma, pero él logró conseguir una beca a menos de cien kilómetros, lo cuál lo hacía extremadamente agradable para mi corazón y mi cabeza. Si, lo sé, soy una tonta enamorada, pero esto tiene su por qué.

Comenzaré a resumir los sucesos partiendo por el hecho de que a los quince años me cambiaron de salón con el otro grupo de mi grado y por más que pertenecieramos a un mismo grado, no conocía a nadie pero el profesor de química le dió lo mismo en el momento de hacer un trabajo de a par.  Nuestra diferencia comenzó cuando yo buscaba un alma que me salvara y se ofreciera a hacerlo conmigo, mientras que él estaba sentado en el fondo, sin preocuparle el hecho de tener la primera nota baja del año o que le tocará con ese compañero que no hacía absolutamente nada. No, eso yo no quería, pero tampoco quería ser rechazada el primer día... me arriesgué.

Mientras la clase estaba en un griterío constante de pares que hablaban de ese proyecto, me acerqué a él y pude ver aquel dibujo de las serpientes. No me sorpredió, su chaqueta dejaba en claro donde pertenecía. — Soy Elizabeth, y como no tengo equipo, creí que podríamos ser juntos.

Creo que nunca me dejaré de preguntar que necesidad tienen los profesores en hacer grupo. ¿Acaso nadie tiene las neuronas para hacer un trabajo solo o los profesores tiene pereza de corregir trabajos individuales?. 

—Si, como quieras— el morocho se encogió de hombros sin darle importancia al hecho pero ahí quedó, mirándome.

—Entonces...  ¿Cómo te llamas?— jugué con mis uñas ante el nerviosismo. Cualquier acto sociable me causaba nerviosismo, ya estoy más que acostumbrada.

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