Capítulo 10

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Pasaban los días, yo miraba a la pared blanca que estaba enfrente de mi cama, pensando en la conclusión que saqué hace semanas: que soy un fallo en la mutación de la Tierra. O sea, todos los enfermos lo somos. O también la gente infeliz y descontenta. Casi todos somos fallos en la mutación. Efectos colaterales. 

Deberíamos ser felices. Todo el mundo. Y parece muy fácil decirlo. Es como la frase "Sin dolor no conoceríamos el placer". Bien, esta frase es en parte cierta y en parte incierta. Porque es verdad que, si nunca hubiéramos sufrido, el placer no sería lo mismo. No sabríamos qué es. Estaríamos felices, pero no por haber superado nada. No funcionaría. Si la gente no ha sufrido, sentido dolor, no se ha equivocado, etc, no podría saborear la gloria de haberlo conseguido, de haber dejado atrás el dolor o lo que nos hace daño. Es incierta porque conoceríamos algo parecido al placer. Al menos, una especie de sentimiento neutro, una línea no muy tangible entre el placer y el bienestar. 

–ANNA, TE TRAIGO LA CENA–Dijo mi madre.
Últimamente me estaba trayendo la cena a la cama porque tenía que descansar. Y cada tres días a la UCI, así que era mejor que estuviera allí siempre, pero mi madre quería que estuviera en casa. Quizá piensaba que me siento más cómoda en mi habitación, pero me temía que pronto la doctora Wannie nos obligaría a transladarnos a la clínica. 

La verdad es que esto del cáncer era muy fastidioso. Podía morir, y aunque todavía no me habían dicho las posibilidades del 1 al 100, estaba segura de que algo iba mal. La leucemia es un cáncer muy peligroso. Me veo obligada a reconocerlo. Tenía miedo de morir. ¿Quién no? No tener miedo a la muerte, para mi opinión, no es ser valiente. Es ser insensato, estar loco y ser desagradecido. Y, si tienes una vida horrible, pues sé valiente y afróntala, pero no seas un cobarde y no te suicides. Esa gente no tiene idea de lo que es sufrir de verdad, y yo tampoco. Puede que haya gente que sí, pero hay que salir adelante. 

Salir adelante. Esas palabras me llevaban dando vueltas en la cabeza desde que me lo diagnosticaron.  Es algo fundamental. Salir adelante. 

Entonces, Jack, un chico de mi clase, llamó. La verdad es que no lo conocía mucho; era amigo de Claire, y por eso me llamaba. 

–Anna, ¿estás bien? Bueno, pero ¿cómo vas a estar bien? Qué tontería. –Parecía apurado, nervioso. 

–Tranquilo, Jack. Estoy... bien. Dentro de lo que se puede...–Intenté sonar lo menos quejumbrosa posible, pero era algo tan banal, quejarse, que pensé que ya que no lo hacía a menudo, no era ningún pecado. 

–Anna... Es un tumor... Maligno, además... Oye... Algún día vendrás, ¿no? Al instituto. 

–Pues no sé, Jack, no lo sé. Me gustaría, eso sí. Yo creo que no estoy tan mal como para no ir. 

–Eso espero.–Justo cuando terminé de decir eso, mi madre llegó con la cena, un reluciente y exquisito sándwich de jamón de pavo, queso y huevo frito. Todo cocinado en la sartén. 

–Bueno, Jack, tengo que cenar. 

–Adiós, Anna. Buen provecho. –Dijo con voz triste. 

Colgué. Me sentí un poco mal por no despedirme, pero odiaba que la gente se entristeciera por estas cosas. 

–Aquí tienes, cariño. 

–Muchísimas gracias, mamá. Te quiero. 

Cuando se marchó de la habitación, fue como si hubiera dejado un rastro de pena y aflicción. 

Un Dolor ImperialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora