Estaba saliendo de casa cuando sonó mi móvil. Era Christine.
Era muy vivaz. Quizá demasiado. Sí, ya sé que se suele decir "nunca se es demasiado" de algo bueno, pero a veces me exasperaba.
–¡ANNA!–Al otro lado de la línea se oyó un grito que parecía de alguien viendo a un unicornio arcoíris.
–¿QUIERES DEJAR DE GRITAR?–Exclamé.
–BUENO, VALE. Bajo el tono. ¿Dónde estás?
–Saliendo de casa, a punto de coger el coche.–Le expliqué.
–Bien, ¡BIEN! Yo estoy ya en el cine Hardvinson, donde hemos quedado. Dylan estará a punto de llegar–Detecté cierto tono de tristeza en su voz, aunque bien escondido; eso me sonaba a plantón–. Pero bueno, ¡te estoy esperando!
–Ahora voy, Tine. No me has dejado ni entrar en el coche.–Dicho esto, abrí la puerta y me metí dentro. Los cines Hardvinson consistían en un edificio con una gran H flacucha y roja y oficinas arriba, mientras que debajo estaba la taquilla con la cartelera. Eran pequeños, como esta ciudad.
Hoy hacía el típico tiempo nocturno californiano; brisa cálida y agradable, cielo claro y estrellas visibles, estampadas en el firmamento.
–Tienes que estar llegando. Bueno, te dejo–Dicho esto, colgó. Esperaba que el idiota de Dylan no le dejara colgada, pero estaríamos más agusto sin él (estaría, he de admitir, pero no quería sonar tan egoísta). No iba dejar que un chico nos estropeara una noche.
El estereotipo de chico estadounidense que juega a fútbol americano o rugby, que sale con una rubia y planta a la típica morena cansa mucho. Y en Estados Unidos eso existe en las ciudades como esta, pero no es como en las películas.
Me gustaba pensar en estereotipos. Había muchos. Sobretodo aquí, en Estados Unidos.
La carretera estaba iluminada por una tenue luz, pues todavía no se había ido el sol.
Mi coche era un viejo Jeep todoterreno que no tenía nada de todoterreno, pero me gustaba mucho. Había oído a algunos señalarlo y reírse, y a otros hacer el signo de Jeep para saludarme. (La gente que conduce Jeep tiene un saludo especial.)
Los cines Hardvinson estaban a cinco minutos de mi casa, y eso ya es mucho tiempo para una ciudad pequeña, o un pueblo grande, como se quiera llamar.
Cuando llegué a los cines vi a Christine desmayada, apoyada en la pared. No había nadie, y me temí lo peor.
Pero entonces recordé una cosa: Christine era diabética.
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Un Dolor Imperial
Fiksi PenggemarAll rights to John Green © Story by me. Anna tiene dieciséis años y vive con su madre en una pequeña ciudad del centro de California. Son de clase media-baja y llevan una vida normal hasta que Anna sufre un raro cáncer en la sangre.