Un Dolor Imperial

Capítulo 14

Desde arriba las cosas se ven diferentes. Todo es más pequeño. Nunca había sido creyente ni dualista, pero al final, los testimonios científicos, la Iglesia, Platón... Tenían razón.

Yo estaba tumbada, con los ojos cerrados, en la camilla del hospital. Mi diario estaba abierto y tenía el lápiz en la mano. Me acordé de que estaba escribiendo una frase, no sé cuál ni nadie lo sabrá. Es extraño verme de fuera. Estaba muy pálida y delgada.

Tardaron poco en darse cuenta. La enfermera entró, me habló. Vio que no contestaba y se percató de la ausencia de pulso en el monitor. 

Mientras, yo ascendía. ¿Hacia dónde? ¿Habrá un cielo? ¿Estará plagado de angelitos y querubines tocando música? ¿Existe realmente Dios?

Quería ver a mi madre, por última vez. Pero seguía ascendiendo, y todo a mi alrededor era blanco y brillante. Sentía presencias, sabía no sé cómo que eran puras, y aunque no oía ni veía nada, sabía que cantaban y se miraban y reían y hablaban.  Poco a poco iban alejándose, y supe que descendían hacia el mundo conocido, apunto de nacer. 

Llegué a un prado verde, y al fondo había montañas y un lago azul cristalino. Se oía a los pájaros cantar, y un sol invisible lo calentaba todo, sin ser demasiado gracias a una suave brisa. Me percaté de que volvía a tener pies, los míos de siempre, sentí el cosquilleo de la hierba y comencé a caminar hasta el agua. Una increíble cascada que reflejaba un enorme arco iris se erigía ante mí coronando el perfecto paisaje. Cuando llegué al lago quise reflejarme, para ver si era yo, si era la misma. Lo único que vi fue el rostro de una mujer, me resultaba muy familiar. Me sonreía, y sabía que me estaba esperando.

Salté al agua y todo se desvaneció. Abrí los ojos de nuevo, recordé en una fracción eterna de segundo mi corta vida hasta mi última respiración, y entonces lloré y sabía que era la primera vez. Entonces dejé de existir como yo misma, e incluso después Anna olvidó eso también.