Capítulo 8

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Dos semanas antes de que me diagnosticaran el cáncer, Christine quedó libre. 

Me llamó, y yo le dije que sería un buen momento para ampliar nuestro círculo social. Al menos, a tres personas en vez de dos. Ella me respondió que si estaba insinuando que saliéramos con Claire, que su círculo social (lo había dicho enfatizando la palabra en tono burlón) se reduciría a una persona. 

Así que yo me enfadé, porque no me parecía justo que tuviera que estar entre las dos. Le dije: 

–Eres una antisocial. Tienes que aprender a integrarte en cualquier sitio–Casi podía ver sus ojos entrecerrados. 

–Bueno, Anna–Parecía a punto de explotar–Pues trágate sus humos alemanes, porque yo no pienso inhalar ninguno. 

–No son humos alemanes–Le respondí–Si le dieras una oportunidad...

–No.–Me interrumpió–¡ADIÓS, ANNA! ¡DISFRUTA DE TU AMPLIO CÍRCULO SOCIAL!

Y nuestra amistad se acabó por unos días, que yo no pasé tan mal. 

Claire se había convertido en una buena amiga, además de que no mencionaba a Christine, ni hacía comentarios mordaces y fríos sobre ella. 

Estaba cenando pizza de espinacas (algo que siempre me ha gustado) cuando Claire me llamó. Mi madre me miró como diciendo "Puedes coger". 

Me di cuenta de que la vida era una recta, una recta en la que tu avanzas más hasta el final, la muerte. Ya sé que eso es obvio, pero no creo que las líneas que hay en el camino sean edades, porque ¿en qué número acabaría? No se sabe. Creo que esas líneas son cosas que te ocurren. Lo creo. 

–Anna, creo que debería darle una oportunidad a Christine–Claire tenía un tono lleno de matices de culpa. 

–Estoy cenando–Le dije lo más amable que pude. ¿No era un poco extraño y ridículo que me lo preguntara en la cena?¿Acaso era una trampa? Sabía que era grosero pensar así de alguien, pero...

En ese momento se me olvidó un pequeño detalle. Hacía dos días me diagnosticaron cáncer.

Empecé a sentir dolor, dolor, dolor. Por los brazos, las piernas, el cuello, la espalda... Todos los lugares por donde circulaba sangre. Mi madre, alarmada, me llevó a la UCI.

–Mamá, no te preocupes...

–¿Qué? Anna, te duele todo. Hazme caso.

–No digo que no me lleves, pero es metafóricamente imposible que me duela todo.

–Por Dios, Anna. Deja eso de lado. Te pasa algo, y tenemos que saber qué–La verdad es que mi madre estaba realmente preocupada.

–Bien.–Asentí, y me dejé llevar. 

Ella lloraba, pero yo no. Aunque ahora fuera un efecto colateral en la mutación de la Tierra, algo fallido, no lloraba. Sabía que eso le iba a hacer más daño, así que reprimí las lágrimas. 

–Cariño...–Me abrazó muy fuerte. Yo también, y las lágrimas amenazaron con salir. Pero no les dejé. 

Para qué hacer daño, si tú misma eres la herida.

Un Dolor ImperialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora