Capítulo 2

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En el instituto las cosas funcionaban así: le sonreías a una chica y ella se acercaba a ti: un segundo más tarde ya era tu íntima amiga.

Me gustaba eso, pero yo no tenía demasiadas amigas, no solía sonreír a la gente. Soy simpática y divertida, pero para eso tenían que demostrarme que valía la pena ser yo misma con la gente.

Christine era amiga mía. Pelo castaño, ojos castaños también, nariz larga y respingona y labios carnosos. Alta, bastante alta.

–¡Anna!

–Hola.

–¿Qué tal?

–Bien.

–¿Has leído el libro de poesía para clase?

–Claro, Tine.–Le gustaba que la llamara Tine en vez del típico apodo, Chris.

–Me gustó ese, el de Shakespeare. 

Sesiones dulces y calladas.–Conocía a Christine, y sabía que aquel le gustaría. 

–Sí. ¿Cómo era?

Cuando en sesiones dulces y calladas/hago comparecer a los recuerdos/suspiro por lo mucho que he deseado/y lloro el bello tiempo que he perdido/la aridez de los ojos se me inunda/por los que envuelve la infinita noche/y renuevo el plañir de amores muertos/y gimo por imágenes borradas. Así, afligido por remotas penas/puedo de mis dolores ya sufridos/la cuenta rehacer, uno por uno/y volver a pagar lo ya pagado. Pero si entonces pienso en ti/mis pérdidas se compensan, y cede mi amargura.

Me encanta. ¿Cómo es que lo has aprendido de memoria, Anna?

–El cáncer te enseña–Mi tiempo libre los findes de semana y cuando sentía dolor solía ser dedicado a la lectura de poesías. 

–Cáncer–Dijo ella, alegre. 

–Cáncer–Repetí, no tan alegre. 

–Vamos a clase, ¿no? 

–Sí. 

La clase era un espacio de paredes blancas y pizarra electrónica, mesas para dos en hileras y carteles y mapas por todas las paredes, casi cubriendo todo. 

La profesora Jackeryn era joven y culta; la profesora de Literatura. Estábamos centrados en Shakespeare, y yo me había leído todos sus libros ya. 

Habló sobre él una hora (la hora entera de la clase), su historia, nos preguntó por el poema Sesiones dulces y calladas y yo no levanté la mano, pero la profesora me conocía y me preguntó a mí. Así que yo lo recité y la profesora me dijo: 

–Muy bien, Anna. Sabéis que no había que saberlo de memoria para hoy, pero Anna ha demostrado ser una estudiante de Literatura muy interesada.–Me miró con sus ojos verdes relucientes y me hizo una seña para que me sentara. 

–Gracias.–Le contesté, sabiendo que mis mejillas estaban encendidas. 

La siguiente clase era de matemáticas. Y yo atendía, pero seguía callada.

Y esa era mi vida.

Un Dolor ImperialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora