Muralla María, Año 844
Fue en un abrir y cerrar de ojos que todo cambió. En un momento observaba el intercambio de miradas amorosas entre sus padres, mientras su madre sujetaba su mano luego de haber cambiado el vendaje de su tatuaje, y al otro instante miraba sus cuerpos sin vida en el suelo. Su padre había sido apuñalado en su pecho y yacía con su espalda contra la pared. Sus ojos azules mostraban la sorpresa y el dolor de haber sido atacado de imprevisto. Su madre, por otro lado, estaba desplomada en el suelo, una mano extendiéndose hacia ella y la otra sujetando la herida abierta en su cuello.
Había tanta sangre. Mikasa solo pudo ver como su madre intentaba llamarla mientras sus ojos grises iban apagándose y su alma era abrazada por la muerte. Cuando sus ojos perdieron su brillo, la pequeña de nueve años supo que jamás volvería a verla. Ya no recibiría suaves besos en sus mejillas en las mañanas. Tampoco la escucharía mientras cantaba alguna canción de cuna proveniente de una civilización muy antigua y extinta. El pequeño bebé que llevaba en su vientre se había ido con ella.
Tambien se habían llevado a su padre.
Los ojos café de su padre... tan dulces y cálidos como las tardes de verano se habían transformado en dos pedazos de hielo. Inmóviles y fríos. Tan lejanos y distantes que, aunque ella intentase correr para alcanzarles, jamás lo lograría. Su padre también se había ido.
—Mamá...— susurró con voz temblorosa. —Papá...— Las lágrimas surcaron sus suaves y blanquecinas mejillas. Se habían ido. La habían dejado atrás, en un mundo tan oscuro y cruel que era atormentado por titanes y asesinos.
Uno de los verdugos de su familia se acercó a ella. Su expresión estaba relajada, como si hubiera matado dos cerdos en vez de dos seres humanos con vidas, sueños y metas. Sus ojos marrones la escrutaron de arriba abajo, como si se cerciorara de que su pequeño objeto no había sufrido daños. —Miren la preciosura que hemos encontrado. Es una lástima que la madre haya intentado hacerse la lista. Habría valido el doble.—
Mikasa estaba inmóvil. Su alma había abandonado su cuerpo y su corazón dolía demasiado. ¿Podría morir por el dolor? Se le comprimía en medio de su pecho, empujándola a recordar cada preciosa memoria que había compartido con sus progenitores. Eran personas realmente buenas. No buscaban problemas con nadie... ellos vivían aislados para evitar confrontaciones. Su papá era gracioso y carismático, le gustaba cazar y tomar siestas debajo de un árbol en el bosque junto a su casa. Su mamá era dulce y amable, tenía buenos dedos para coser, cuidar de sus plantas y peinarle el cabello.
Los vio a los dos parados frente a su casa. La brisa movía los cabellos negros de su madre, mientras que los rayos del sol iluminaban los mechones rubios de su padre. "Mikasa..."
—¿P-Por qué?— preguntó en un hilo de voz cuando sintió al hombre tomarle de la mano y encaminarla a las afueras de su casa. —¿Por qué?— preguntó una vez más.
"Mikasa... vive."
"Lucha."
"No te rindas."
Se llevó una de sus manos a su cabeza cuando un fuerte dolor la recorrió. Dolía. Dolía tanto. "¿Para qué luchar? ¿Para qué?" Podía seguir viéndolos a ellos frente a su casa. Su padre y su madre, sonriendo. "Si me rindo... ¿los olvidaré?"
Se detuvo y forzó su mano para salir del agarre de su captor. No, ella no podía olvidar a sus padres. Si ella los olvidaba... realmente ellos desaparecerían de este mundo. Solo son capaces de vivir aquellos que se mantienen en las memorias de sus seres queridos. Ella debía vivir y luchar para que ellos continuaran existiendo en sus recuerdos.
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A Cruel World
FanfictionMikasa Ackerman perdió a sus padres con solo diez años. Nadie la salvó, sino que ella misma despertó la habilidad propia de su clan, bañándose en la sangre de sus enemigos. Encontrada por Kenny Ackerman y dejada a la tutela de Levi Ackerman, la más...