CAPITULO XVIII: NO SERÁ EN VANO

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Abrió los ojos y se despertó de lo que pareció haber sido un largo y triste sueño. La brisa le movía los cabellos con cierta sutileza, además de congelarle las lágrimas silenciosas que habían descendido por sus mejillas. No recordaba qué había soñado, tampoco por qué lloraba. Se limpió la humedad de su rostro con sus dedos. Miró sus alrededores y se sorprendió al encontrarse en lo alto de una de las murallas. ¿Cómo había llegado hasta allí? Se llevó las manos a su cuello y se sorprendió de tener su bufanda negra firmemente atada en su cuello, enredándose con algunos de sus mechones de cabello. Se percató de que no llevaba consigo su uniforme, sino una larga falda y una simple blusa que no recordaba poseer.

Miró sus alrededores y frunció el ceño. El paisaje era distinto al de la ciudad de Trost. Si bien las casas y los edificios eran ligeramente parecidos, había importantes diferencias entre aquella ciudad y la que conocía. Al observar las montañas y bosques que circundaban las murallas su corazón dio un vuelco en su estómago. Aquella no era la muralla Rose.

Era la Muralla María.

Podía ver las afueras de la ciudad Shingashina, en especial los bosques que bordeaban el área circundante a lo que una vez fue su casa. La ciudad parecía abandonada; sin personas ni titanes. Las puertas de la muralla estaban destrozadas, permitiendo que se viera el extremo de los terrenos que una vez pertenecieron a los hombres. Mikasa solo había visitado Shingashina una sola vez junto a su padre para adquirir provisiones. Sin embargo, una sola visita le había cautivado y por ello jamás olvidaría los estrechos callejones, el olor del pan recién hecho y la risa de los niños que jugaban cerca del río.

¿Cómo era posible que estuviera allí?

Miró el firmamento y se percató de que el atardecer comenzaba a caer. ¿Cómo regresaría a su casa? ¿Cómo regresaría a su familia? Mikasa se limpió los ojos en espera de que pudiera despertar de aquel sueño.

Sí. Todo debía ser un sueño.

Algo en su interior la empujó a correr por la muralla. Ella debía apartarse de aquel lugar pues algo dentro de ella -su sentido Ackerman- le avisaba que estaba en riesgo. Con el corazón en su estómago, la pelinegra comenzó a correr tan rápido como pudo. Tras de ella escuchó un estruendo, mezclado con las fuertes brisas del sur. Parecían querer alcanzarle... Mikasa no se giró y continuó corriendo, intentando escapar de aquel viento que intentaba golpearle.

Desgraciadamente no fue más rápida, por ello la brisa la golpeó con tanta brutalidad que la pelinegra fue lanzada por los aires, alejada del piso de la muralla. Mikasa lanzó un grito de horror al sentir su cuerpo caer al vacío.

Un vacío de 50 metros.

La sensación de caída le arrebató el aliento. Podía sentir su corazón palpitar tan fuerte como si de un tambor se tratase. Extendió sus brazos de forma automática, buscando su equipo de maniobras. Pero no lo tenía. No tenía nada que fuera amortiguar su caída. Se haría papilla una vez tocase el suelo de la ciudad.

"Es solo un sueño. Es solo un sueño," se repitió como si fuera un mantra.

Se vio caer sin poder hacer nada mas que observar el firmamento. Caía y caía. El cielo cambió ante sus ojos, de tonalidades naranjas a azules tan oscuros que podían parecer negros. Ante su mirada incrédula, millones de estrellas rellenaron el firmamento con su intensa luz. Parecían pequeñas luciérnagas silvestres. Cayó y cayó.

A pesar de caer, Mikasa no pudo evitar admirar la belleza de aquel paisaje.

Se sorprendió al ver como todos sus alrededores comenzaron a cambiar ante sus ojos. Ya no podía ver la muralla María, tampoco la ciudad de Shingashina. Su corazón dio un vuelco al ver que todo se había transformado en lo que parecía ser un desierto. Armin le había hablado sobre aquellos prados de arena infinita que estaban en alguna parte del mundo fuera de las murallas. Solo los había visto dibujados en aquel extraño libro de su amigo.

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