A Cruel World

CAPITULO XII: DEBEMOS SEGUIR AVANZANDO

Tomó una bocanada de aire antes de dar un suave golpe a la puerta de madera. La teniente Hange la había guiado hasta los aposentos privados de Levi, quien al ser un teniente no tenía que compartir habitación con el resto de los soldados. Escuchó la cerradura de metal dar vuelta y luego la puerta se abrió levemente, permitiéndole ver la mitad del rostro del Ackerman. Levi lucía pálido, con sus mejillas delgadas adquiriendo una tonalidad grisácea poco saludable. Sus ojos azules estaban fríos y distantes, como si fueran dos pedazos de hielo. El corazón de la pelinegra se le apretujó en su interior al ver el estado físico de su hermano adoptivo.

Levi no dijo nada y solo la hizo pasar al interior de su cuarto.

Mikasa no se sorprendió por la limpieza y organización de la habitación. Tampoco le sorprendió que todo fuera tan sobrio y latente de vida. Levi era demasiado práctico; no tenía nada que no fuera estrictamente necesario. Al ver que no había una sala donde pudieran sentarse, la jovencita tomó asiento en el filo de la cama, provocando que varias arrugas se esparcieran por la blancura de sus mantas. Levi se sentó a su lado. Ninguno de los dos dijo algo por un largo rato.

A pesar de que amaba con todo su espíritu y corazón a Isabel y Farlan, Mikasa admitía que sentía un aprecio un poco mayor por Levi. Los dos podían pasar largas horas sin siquiera dirigirse la palabra y, sin embargo, los silencios nunca eran incómodos. Mikasa sentía que Levi era capaz de entenderla mejor que nadie pues la sangre Ackerman los unía. La conexión que se había formado entre ellos desde que Kenny la había abandonado con él era inquebrantable.

La Ackerman se miró las botas, limpias hasta la saciedad para no traer ningún tipo de suciedad a la habitación de su hermano. Era lo menos que podía hacer por él. Mikasa no sabía que decir ni como expresar en palabras coherentes lo que ocurría dentro de su corazón. Una parte de ella deseaba llorar, pero otra le recomendaba que no lo hiciera. Su hermano no era el mejor lidiando con emociones. "Debes dejarlo ir..." le había comentado una vez. Pero ¿cómo podía dejarlo ir? Probablemente él podría entenderla, pero no confortarla como lo habría hecho Isabel o Farlan.

—¿Cómo pasó? — no sabía que decir. Sentía el ardor de las lágrimas apilarse en sus ojos y no era capaz de evitarlas. Aún no podía entender por qué sus hermanos ya no estaban.

Levi mantuvo su mirada baja. —Fue mi culpa.— Mikasa abrió sus labios pero ninguna palabra salió. —Tomé una decisión estúpida, pero no puedo revertirla. Entonces solo puedo continuar y dejarlo ir.— Su voz era suave, distante y carente de emociones. Él parecía como si intentara convencerse de sus propias palabras. —Solo podemos seguir avanzando, Mikasa. Sino lo hacemos, el resto muere.— Levi parecía estar cansado.

Mikasa aferró sus manos sobre su regazo. ¿Por qué todo debía girar en torno a la muerte? —¿Será siempre de esta forma?— preguntó en un hilo de voz. ¿Debía soportar el dolor de tantas perdidas? ¿Vería más personas morir? ¿Por qué no podía tener una vida simple? Mikasa solo deseaba tener una vida como la de sus padres, apartada de todos los males del mundo y solo disfrutar de la belleza de la naturaleza.

Levi colocó su brazo alrededor de sus hombros, olvidándose por unos momentos de su apatía a presentar muestras de afinidad. No sabía si lo hacía para confortar a Mikasa o confortarse a sí mismo. —Yo supongo que es nuestra maldición por ser diferentes. — Los Ackerman eran distintos. Eran fuertes y rapidos, ágiles soldados capaces de enfrentarse por su cuenta contra cientos. Su fuerza física y capacidad de ser armas letales los condenaba a una vida difícil. Levi estaba consciente de ello. Mikasa, por otro lado, estaba a duras penas empezando a comprenderlo. —No podemos dejar que nuestras emociones nublen nuestro razonamiento, Mikasa. No solo provocará nuestra muerte, sino la del resto que este junto a nosotros. —